Se comenta en los mentideros de la corte que las audiencias en redes sociales han comenzado un peligroso retroceso, y como siempre sucede en estos casos, la responsabilidad es del maestro armero o del último que ha llegado.
Las niñas ya señalan la alonsada y sus fobias como culpables del desastre y los clasistas de la tuna universitaria andan haciendo análisis porque han nacido varones y van para líderes...
Las redes no parecen el mejor sitio para tomar el pulso a nada, pero bueno, Liberty Media ha decidido que son importantes y ellos sabrán, ¿no? También eligió a los prepúberes de diferentes edades como público objetivo, y los dejó en manos de gurús y tunantes con varias décadas de actividad a las espaldas, que desconocen el unamuniano Quod natura non dat, Salmantica non praestat.
El caso es que, al poco de que la norteamericana pusiera de patitas en la calle a Bernie a finales de enero de 2017, Ernesto y yo nos remangamos para indagar en el auténtico valor que daba la nueva patrona al término «drama». Sean Bratches y el drama, Ross Brawn y el drama, Chase Carey y la bendita palabra. No llegamos muy lejos, la verdad, aunque nos hartamos de reír durante nuestros cafés compartidos en el Lighthouse y en Nürbu florecieron un montón de entradas aludiendo al concepto durante ese año y el siguiente.
Vaya por delante que nuestro «drama» no es exactamente igual al yankee o anglosajón, lo que tal vez aclare por qué no damos en la tecla y a la chavalería se la acaba sudando. Allí significa tensión, expectación, incertidumbre...
La NASCAR, por ejemplo, habla de drama en sus comerciales y te saca cerrojazos en pista, adelantamientos al límite, escenas vertiginosas o el accidente de Ryan Preece en cámara lenta; envoltorio en el que destacan armarios roperos escrupulosamente afeitados o con barba bien delineada, que han comido costilla hasta hartarse, sonrientes, llegando a las manos, llorando de emoción, o siendo agasajados por su estereotipada esposa y sus retoños. Total, les sale el drama por los poros, saben cuidar de sus héroes, la peña lo entiende inmediatamente y se engancha.
También disponemos de esos recursos, lo que sucede es que nuestra disciplina prefiere parecer la doncella más limpia del barrio, lo que la hace acreedora a ver en bucle el monólogo del Coronel Kurtz en Apocalypse Now.
Conducir un F1 no está al alcance de cualquiera pero hemos elegido caminar sobre las aguas y ponernos tensitos con los límites de la pista, la aplicación estricta del Reglamento o cualquier otra chuminada, y, lógicamente, aspirando a ser políticamente correctos no salimos de película de sobremesa de Antena 3.
Disponemos de los veinte mejores conductores sobre las diez máquinas más atrevidas del mundo y Liberty no sabe sacarle partido, ni la prensa inglesa, ya que estamos. Se han aplicado tres cambios a la nueva Normativa en menos de año y medio y por contentar a Brackley, la heridita de Abu Dhabi 2021 que no cierra y una Netflix que prefiere fabular en vez de indagar en la épica de nuestro deporte, pero la culpa de la caída del share es de los aficionados que no entienden que esto es Fórmula 1 y si pestañean se lo pueden perder, ¡claro que sí, guapi!
Os leo.
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