Nada más lejos de mi intención mostrarme desafecto o desapasionado con nuestro bonito deporte, pero puesto que he criticado en Nürbu la confección de este campeonato 2020 —lo he tildado varias veces de Frankenstein— y me he ciscado en los muertos de Liberty Media por el ritmo impuesto, me apetece echar el ratito insistiendo en meter el dedo en la misma llaga.
Hace no mucho hablaba con un amigo de un compatriota suyo que conocí en Bilbao hace mucho, que solía decir que los grandes partidos de fútbol comienzan semanas antes de la cita en el campo y terminan semanas después. Jorge, con muy buen tino, matizaba «meses». Y sí, aquí andamos, sumidos en una vorágine de acontecimientos sucesivos que apenas podemos digerir, como si fuésemos un pato al que se da de comer con embudo porque lo importante no es su alimentación sino el foie gras que producirá su hígado...
Entiendo la prisa y la incidencia que ha tenido el coronavirus en el actual estado de cosas, pero, como he dicho otras veces, considero que nos habría ido mejor a todos, incluso a sus protagonistas directos, con un calendario menos apretado que nos permitiera disfrutar de cada cita con la máxima intensidad, como un fenómeno exclusivo e irrepetible.
La verdad es que tampoco es que me extrañe mucho lo que está sucediendo. Supeditados a la rentabilidad del negocio, en este caso a limitar pérdidas, el pato del segundo párrafo lo íbamos a pagar nosotros sí o sí. Y, además, siendo la Fórmula 1 una actividad pure british, estaba cantado que no habría Macallan 50 Years Old sino alcohol de garrafón, del que emborracha, de ese que permite a la chavalería disfrutar de una gran noche sin haberse enterado de lo que sucedía a partir del segundo lingotazo. Aquí la culpa es del cantinero, pero como si fuese el mayordomo, ya me entendéis. ¡Un crimen!
Os leo.
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