Ya advertí que este mes de enero íbamos a abusar de la arena en Nürbu, así que váyanme bajando las recortadas y dejen de apuntar, que en nada iremos abriendo espacio para el asfalto mientras la Fórmula 1 va recobrando su tono muscular sin ayuda de nadie...
Además, esta entrada va cortita y al pie, que diría el bueno de Charly, porque pretendo echar unas líneas sobre las perogrulladas y tampoco es que el tema requiera demasiado espacio.
Bien, nos dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que «perogrullada» es palabra de uso coloquial que significa (cito): Verdad o certeza que, por notoriamente sabida, es necedad o simpleza el decirla. Es pariente cercana de la variente De Perogrullo, que era según la RAE (vuelvo a citar): personaje ficticio a quien se atribuye presentar obviedades de manera sentenciosa.
Nuestras redes sociales rebosan Perogrullos virtuales, así que con vuestro permiso me dejo de descripciones porque seguramente conoceís de sobra de qué mimbres están hechos, y pasamos al meollo de este texto, que no es otro que incidir en que dar importancia al vehículo en un deporte de motor supone una perogrullada como un campanario de grande, porque, por definición, es la herramienta esencial en este tipo de competiciones.
Partiendo de haber asimilado este sencillo concepto más propio de un capítulo de Barrio Sésamo que de un debate entre curtidos aficionados al motorsport, luego se puede discutir de otras cosas, incluso de si habría sido exigible a Fernando Alonso que disputara el Dakar en triciclo con tal de demostrar de una puñetera vez su grandeza y pericia al volante. Pero lo dicho: la calidad del camión, el auto, la moto o el quad, es vertebral en la actividad en los raids si pretendes sacar la cabeza, como la bondad o perfidia de los monoplazas en la Fórmula 1, y reiterarlo sin ton ni son con tal de ganar una discusión, amén de perogrullada es pecado de pocas luces.
Os leo.
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