viernes, 22 de diciembre de 2017

Preguntando por Marlene [#Nürbu 23]


Cuando el miedo era inevitable compañero de viaje en el interior del habitáculo, los pilotos hacían las paces consigo mismos y lo que les rodeaba antes de meterse en el vehículo para lidiar con el gigante de las Eifel. Rezaban, levantaban los ojos al cielo o miraban en su interior para sellar con aguja e hilo de coser las heridas recientes, no fuera a ser que se abrieran en plena carrera.

De la edición 1976 aún quedan cosas que no encajan ni siquiera casi cuarenta y dos años después. Nadie es capaz de asegurar con absoluta certeza, por ejemplo, si es el T2 de Niki el que flaquea y acaba rompiendo, quién sabe si sometido a un exceso de presión por su piloto, o por el contrario, es el de Viena quien no atiende debidamente los avisos que le envía su monoplaza antes de chocar para convertirse en una infernal bola de fuego.

Atrapada en la gramática que concierne el universo de los Grandes Premios de aquella época al trinomio «hombre, máquina y rival», la lectura lógica de los hechos acabará aclarando que el coche italiano se rompe porque su conductor lo está exprimiendo con la intención de batir a James en el Nordschleife. ¿Y Marlene?

Menciono a Marlene porque ella y Niki son recién casados —el enlace tiene lugar en febrero de 1976 y el accidente el 1 de agosto—, aunque podría preguntar por cualquier otra circunstancia personal del piloto sobre la que jamás se ha hurgado. En el relato del Gran Premio de Alemania sólo hay espacio para Ferrari y McLaren, para Hunt y Lauda, para la rivalidad entre los héroes y sus respectivas escuderías, como si al bajar la visera del casco el mundo desapareciera a su alrededor. Más bien: como si siempre resultara posible dejarlo ahí fuera, esperando pacientemente a que termine la prueba.

Sea como fuere, Lauda, famoso por su frase «para sentir el monoplaza, yo conduzco con el culo», dejó de ser tan extremadamente sentivo durante las primeras vueltas a Nürburgring y cayó como si fuese un perfecto novato en la emboscada que le tendía una avería mecánica. La suspensión de su Ferrari tuvo que lanzar algunas bengalas de socorro. La estabilidad del vehículo tuvo que notarlo y Niki también, salvo que el austriaco no estuviese todo lo concentrado que hemos imaginado, que nos han vendido, incluso en la película Rush.

Más allá del mito siempre hay un hombre de carne y hueso. Lauda es un semidiós antes de que las llamas comiencen a consumir su mono ignífuco, el aire que respiraba y las pocas esperanzas de salir vivo del lance. Se vuelve humano a partir de ese momento, cuando la columna de humo negro que se eleva sobre el circuito advierte a quienes tienen oportunidad de verla, que la vida y la muerte han echado sus dados en el Nordschleife.

Niki se salva gracias a la pronta intervención de Merzario, Lunger, Ertl y Edwards, pero nadie quiere saber nada de Marlene. A nuestra burocracia no le interesan estas cosas, lo suyo es elaborar informes y sellarlos para que formen parte de nuestra historia y la hagan lo más nítida posible, aunque para ello sea necesario abandonar por el camino las preguntas más interesantes: ¿Va todo bien entre Marlene y tú?, ¿habéis discutido? ¿Qué le estabas prometiendo a ella antes de que sintieras el latigazo en el coche...?

Os leo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Felices fiestas Maestro y que sigamos muchos años disfrutando de tu sabiduría!
Un abrazo,
Pablo.

enrique dijo...

Que relato tan sensacional!!!

Keskus dijo...

Que poético, muy bonito