viernes, 1 de diciembre de 2017

La F1 no es esto


Llevo años esperando una oportunidad como ésta. No lo tenía previsto así, la verdad, pero intuía que tanto decir siempre ha sido lo mismo, va de lo mismo, o si yo os contara cuando Pedro Picapiedra y Pablo Mármol corrían en el rocódromo de Piedradura, incluso si no has trabajado en una escudería mejor te callas, ocultaba en el fondo que muy pocos tienen lo santos bemoles de deciros a la cara: no tenéis ni puta idea de lo que es la F1.

Por esas casualidades que tiene la vida yo tampoco tengo idea y tanto abusar de que nuestro deporte nace en 1950 —cuando, por cierto, a los pilotos alemanes se les tenía prohibido correr—, incluso a mí se me acaba olvidando que el formato actual surge de un equilibrio de fuerzas que se materializa a finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, cuando la cosa se profesionaliza y existen por primera vez un calendario oficial y unas reglas más o menos estables que dan entidad a eso tan traído y llevado de la máxima disciplina del automovilismo deportivo.

Lo curioso del caso es que en aquella etapa todas las escuderías eran tramposas en la medida de sus posibilidades, y la que no hacía trampas o se buscaba las alubias era gilipollas o idiota. La mayoría de pilotos eran entonces tiburones que luchaban por espacio en una pecera minúscula y sus patrones andaban endeudados hasta las cejas... Era complicado y a la vez hermoso. La pelea por sobrevivir a toda costa era la poesía del deporte sobre cuantro ruedas, y las ganas de vencer como fuera suponían el corazón negro de una competición que no tenía parangón.

De allí venimos, y quién diría que nos parecemos en algo.

Cuando alguien me pregunta qué carrera le recomendaría ver para iniciarse en esto, no recurro ni a las poles de Ayrton ni a las pruebas más memorables de nuestro acervo aficionado, le digo: ¡pilla Mónaco 1982!

Aquello fue una casa de putas. Literal. La carrera se iniciaba en seco aunque acababa lloviendo en la conclusión, pero como las banderas rojas no se mostraban salvo causa de fuerza mayor, muy mayor, a pesar de que hoy Charlie Whiting y Pirelli habrían decretado la bajada de persiana, el Gran Premio continuó a falta de tan sólo cuatro vueltas.

Alain Prost dominaba porque René Arnoux se había accidentado en las primeras vueltas. Mayestático, brutal, el de Saint-Chamond lo tenía todo a mano para ganar, pero su Renault patina y acaba contra las protecciones. Riccardo Patrese, aunque retrasado con respecto al francés de La Régie, toma el relevo con su Brabham número 2. Detrás venían apretando Didier Pironi, su Ferrari y el recuerdo tibio de la pérdida de Gilles en Zolder. Y el italiano desliza, cala el motor y se olvida de sus aspiraciones. El de Maranello manda a partir de ese instante pero se queda sin combustible para  acabar varado en pleno túnel monegasco, con lo cual, De Cesaris, sobre Alfa Romeo, se pone en cabeza...

El romano va apurado. Su 182 está en reserva y la gasofa se le acaba en apenas unas curvas dejando el paso expedito a Derek Daly sobre un Williams que no está como para tirar cohetes porque ha perdido el alerón trasero y parte del ala delantera sin que dirección de carrera lo meta a garajes como sucedería ahora. El caso es que el FW08 del británico dice basta cuando cruje la caja de cambios, y de la nada, surge de nuevo Patrese, quien aprovechando la pendiente que hay entre la vieja Loebs y la entrada del túnel, había conseguido reanimar su vehículo para que a la postre, acabase viendo la bandera ajedrezada en primera posición.

Todo es igual pero todo es distinto, no sé si me explico. Si aplicásemos las normas actuales a aquella carrera, la historia habría terminado con la aparición de las primeras gotas. Coche de Seguridad, prohibición de no completar la prueba sin gasolina para que examine la FIA, prohibición de correr sin alerones o con ellos dañados, pare usted de contar... La fiesta no habría tenido lugar, punto pelota.

Y lo cierto es que de ahí venimos, de un Patrese que venció sobreponiéndose al caos gracias a tres o cuatro carambolas de la diosa Fortuna.

Aquello era la guerra, sin cuartel, a degüello, y la incertidumbre suponía el alma del espectáculo. No voy a ser tan duro como para esgrimir el no tienes ni puta idea ante tanta efímera como prospera en redes sociales, que muchas veces dan ganas, pero entre los profes neonatos que no saben salir de Youtube y los gurúes que no tiene huevos para llamar las cosas por su nombre y se enredan en un intento vano por salvar lo que queda de los muebles, cabe decir que nuestra disciplina ni ha sido siempre lo mismo ni va de lo mismo.

Hemos cambiado nosotros, que ahora nos conformamos con cualquier cosa. Pero la Fórmula 1 no es esto, que nos entre en la cabeza.

Os leo.

4 comentarios:

enrique dijo...

La fórmula 1 en particular y el deporte en general, así como otras disciplinas,véase el arte por ejemplo, son un reflejo de la sociedad que nos ha tocado vivir. Ayer sin ir mas lejos viendo anuncios de los 60: SEAT anunciaba el 850, " cárguelo hasta los topes, póngalo a 140, y sabrá porque lo llamamos Especial". Literal.

Anónimo dijo...

Esa carrera es mi primer recuerdo televisado nítido de la F1. Tenía 10 años y aunque mentalmente no recordaba los nombres de los protagonistas salvo de Prost, sí lo tenía de la cantidad de percances y carambolas que sucedieron. Recuerdos no televisados tenía anteriores, tengo la fortuna de que mi padre me llevaba al Jarama a ver a Reutemann y Alan Jones.

Anónimo dijo...

No debería serlo, pero a día de hoy lo es.

Keskus dijo...

La fórmula 1 es la unión armónica entre la máxima técnica y la cutrez, salir al paso con ingenio, efecto suelo y cinta aislante, la elegancia y la "casa de putas".
Saludos