miércoles, 26 de febrero de 2014

Sisando te quiero


Decía el gran Héctor Alterio por boca de su personaje en Incautos, que «el hombre quiere dinero o no sabe lo que quiere», y yo iría más lejos afirmando que el hombre sisa de su pasado o no es nadie.

La sisa era una costumbre advenediza pero muy extendida en un antes imperfecto, por la cual, la criada o el lacayo se administraban un pequeño emolumento extraordinario en base a inflar el montante de la compra diaria o cualquier otra comanda, a la sazón encargada por el amo o la dueña. Tal que así, si el chorizo para el cocido costaba casi una rubia, un ejemplo de los cincuenta del siglo pasado, bastaba decir a la vuelta del recado que había supuesto una y media para llevarse a la bolsa lo que sobraba.

La sisa y el ahorro iban de la mano. Quien sisaba para ir de pecado o gastárselo en vino o en putas era un idiota, un innoble, un gilipollas. Y ahora que la economía de la gente no da para más que llegar al día 21 de cada mes, la sisa, esa forma de ser, añeja y en el fondo tan nuestra, ha retornado al día a día para quedarse con las vueltas cuando vamos a por tabaco, o para rascar a los abuelos esa parte de la seguridad vitalicia que apela al nombre de pensión y resulta el bastión de lo que demomina el heredero de Zapatero amor patrio, no más que para que le cuadren las cuentas.

Yo siso a menudo, donde puedo y como puedo, pero sobre todo en este blog, lo confieso. Entrada que escribo y con algo con que me quedo; idea que enarbolo y caldo para mañana que tengo. Comentario que leo, y sobrante que me llevo...

Un sinvivir de menudencias que al cabo me suponen un enorme tesoro que miro y reconozco aunque mi corazoncito me diga que en el fondo pertenece a otros, a mí mismo en etapas pretéritas, cuando me prodigaba en el meollo de los comentarios, pongamos por caso.

Entonces saqueba sin contemplaciones ideas que quedaban cernidas en el aire, sueltas, huérfanas de padre y madre, para convertirlas otro día en sustancia y alimentarme de nuevo en ellas, sabiendo siempre que a pesar de las excusas y las apariencias, el mañana jamás me resultaría útil si convertía el presente en un lugar el que era admisible que el objetivo justificase los medios.

El futuro. ¿Qué cojones es el futuro? Nada sin el pasado, o mejor dicho, nada si no hemos sido previsores como para sisar del ayer y tener para el mañana, y esto que digo vale tanto para la vida como para su espejo en la Fórmula 1.

Siso por costumbre, como he afirmado unas líneas atrás, pero lo hago con conciencia, con salud y con ganas, porque no es lo mismo adentrarse en el frigorífico de la suegra a hurtadillas en mitad de la noche para llevarse un bocado y calmar el hambre, que hacerlo por voluntad en el mismo sitio y a la misma hora sabiendo que ni pides ni te arrodillas. Cuestión de dignidad o de oficio, llamadlo como queráis, de saberse uno en vez de reconocerse en cómo te miran los demás; de querer hacerlo, en una o dos palabras, de admitir que siempre es mejor que te tilden de ladrón a que te llamen desgraciado a secas.

Siso, lo digo por última vez, porque cada vez que salgo a la compra en 1951 o 1933, mi bolsillo rebosa de una calderilla extra que me separa de la ignorancia y me permite pensar en el mañana de manera diferente, y porque en el fondo y en la superficie, así amo la vida más y mejor.

Os leo.

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