La liturgia de marras

Este próximo miércoles se reúne El Consejo Mundial del Deporte para interpretar algo que al parecer sirve para dar sentido al asunto ése en que colaboran.

Pasa en la política y en los negocios, incluso en los juzgados, de manera que no debería extrañarnos que los chicos de Todt —quienes dicho sea de paso son un maravilloso ejemplo de cómo pueden confluir estas tres maravillosas disciplinas artísticas (es un decir), y de lo barato que se ha puesto ejercerlas al unísono sin que a nadie le llegue a sonar raro—. ¡Vaya, el acotado me ha salido pelín largo!

Decía que tal y como anda el cotarro no debería sorprenderos en absoluto que los chicilicuatres de la FIA sean tan proclives a las escenificaciones, y menos debería hacerlo si tenemos en cuenta que beben del sentido teatral que impuso el abogado Mosley con su visión calvinista de la impartición de justicia. De manera que el rito, la ritualidad, más exáctamente, resulta más importante que el propio hecho tratado.

Así las cosas, este miércoles próximo se reúnen las chicas de oro para sentenciar si Ferrari pecó gravemente en Alemania, o no, aunque en el fondo lo que se dilucida es si la de Maranello lo hizo de manera chapucera o si acaso sus formas no fueron las adecuadas, porque la prueba de cargo hace aguas por los cuatro costados, habida cuenta de los muchos pecadores que en la F1 han sido o son desde que se implantara la torticera norma que impide a los equipos portarse como tales.

Yendo más lejos diría que la caverna entera de la FIA sale al prado soleado para justificar su sueldo, ya que de tanto abundar en la penumbra hay quien ha levantado la voz preguntándose por qué coño cobran. Pero comprendiendo y respetando que tal presunción puede quedar incluso demasiado dura y fea, mejor la retiro y me quedo en la linde de lo políticamente correcto: esa línea moral que conocemos todos, que nos anima a que asistamos a la liturgia de los sacerdotes magos como si nos la creyéramos.

Pero ahora viene lo bueno, porque con estas cosas me pasa como con el bel canto, música que disfruto cuando la escucho en un reproductor de Cds o en el Ipod, pero de la huyo como de la peste en directo, porque es ver a Montserrat Caballé interprentando a la jovencísima y bella Aída, a la frágil Mimí, a las animales Lucrezia Borgia y Salomé, incluso a la decadente Violeta, y qué queréis que os diga: se me cae el alma al suelo...

Y aviso que no es un problema que me aqueje sólo al respecto de nuestra soprano universal y sus anchuras (ya que estamos, confieso que prefiero a Victoria de los Ángeles en esto y en lo otro), sino que me resulta extensivo a todo el mundo de la ópera, donde los kilos y kilos de maquillaje, y los abundantes artificios, no logran impedir que deje de conectar con la obra, razón por la cual prefiero de calle el diferido o grabado a través de los pinganillos, o el ordenador mientras dibujo, porque de esa manera sí que la disfruto plenamente, en toda su intensidad e inmensidad, llegando a tocar con los dedos todas y cada una de sus dificultades técnicas.

Me dejo de circunloquios. Como comentaba unos párrafos más arriba: creo en lo que va a suceder este miércoles próximo, pero con vuestro permiso esperaré a tenerlo en cuenta sólo cuando lo edite Decca, Deutsche Grammophon o Sony. Luego os cuento...