Todo cocinero tiene un ingrediente secreto que hace de sus platos algo tan especial y suyo. La gramática parda de la Resistencia sentencia que es tan importante ir rápido cuando se puede como indispensable proteger la mecánica, y en estos momentos en que nos acercamos al ecuador de las 24 Horas del Centenario, en los muros de los equipos que van en punta se dirime cuál será la mejor solución para conseguir que sus coches lleguen enteros al amanecer y cómo hacer para que uno de ellos vea en primera posición la bandera a cuadros.
Comienza el periodo más bonito de esta disciplina: apretar para mantener a tiro al rival que va delante o apretar para intentar despegar al que viaja detrás, pero siempre cuidando no lastimar la herramienta de trabajo y guardando opciones ante la urgencia de una posible respuesta.
Nada está dicho. Quedan por delante 14 largas horas y hay que jugar la mano de cartas de la mejor manera posible, y en ello están los jefes de Toyota, Ferrari y Peugeot, incluso el de cualquier candidato que se sitúe en un abanico de unas 10 vueltas de distancia con el líder, cada uno con su ingrediente secreto, cocinando al adversario porque, en Le Mans, buscar la avería del contrario se considera algo legítimo aunque el premio sólo se alcance tirando fuerte dentro de los márgenes que aconseja tu propia fiabilidad.
Os leo.
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