jueves, 25 de diciembre de 2014

6 o 7 cuentos de Navidad #04


Decía el sabio que todo es relativo y a fe mía que en realidad, todo resulta relativo en cuanto le das una o dos vueltas, precisamente como aseguraba el sabio.

No pretendo hablar de sabiduría en estado puro porque obispos tiene la Iglesia y no me siento quién para llevar la contraria a quienes aceptando que asistimos a un escenario en continua modificación, siguen anclados en supuestas tradiciones que por estar en desuso o haber sido literalmente superadas, hace tiempo que dejaron de responder a la realidad.

Un vehículo de Fórmula 1 es basicamente un monoplaza abierto que circula por los circuitos del mundial con ciertas de sus partes expuestas, que oponen por tanto, resistencia al avance, para que nos entendamos. Pero esto era así hace décadas, porque gracias a las bendiciones de la aerodinámica, habría que ser muy necio para no entender que el trabajo de los alerones delanteros y los tallados de las noses, pontones y aledaños, facilitan precisamente, que las ruedas y el propio habitáculo sean sorteados por el aire como si estuvieran carenados.

Pasado el tiempo en que enseñaban sus orejas de lobo los denominados streamliner, coches semicubiertos por carrocería que competían de tú a tú con los abiertos puros, la cosa se circunscribe a saber de qué cojones estamos hablando. Ya que si el aire da cobertura a un volumen sin que se note su influencia, léase las ruedas o la parte superior del cuerpo del piloto, como ocurre en la actualidad, no hablamos de prestaciones ni de tradiciones, sino de estética.

Nos gusta entonces que las ruedas de los F1 queden al aire, así como nos encandila que el casco del piloto sobresalga del cockpit, pero el caso es que un chaval como Jules Bianchi, permanece en estado casi vegetativo en la cama de un hospital por satisfacer nuestro gustos, no por participar en un espectáculo fiel a sus raíces.

Las raíces de los cogieron se fueron a la mierda en cuanto la aerodinámica hizo acto de presencia. No estamos hablando de aquellos monstruos que tachonaban con su ruido y colores la década de los cincuenta del siglo pasado, que horadaban el aire a las bravas, sino de aquellos otros que gracias a diferentes apéndices más o menos sutiles, superaban los volúmenes de las ruedas o del propio conductor, a base de modelar el aire que los rodea, como si de una carrocería física se tratase.

Pero el caso es que el aire no ofrece resistencia y a Jules le hizo falta que la opusiera aunque la FIA, en la parte más dolorosa de su informe, afirme que una cúpula no habría impedido el fatal desenlace.

Es mentira. No hace falta ser de letras ni de ciencias, para comprender que ante las casi siete toneladas de la grúa, una superficie que rodeara exteriormente la cabeza del piloto francés, habría supuesto una frontera elástica que habría absorbido a su vez, una buena cuota del impacto antes de ayudar a variar la trayectoria de Marussia, por pura y simple diferencia de masas (un F1 pesa menos de 700 kilogramos).

Y aquí queda feo, al menos me lo parece, que sigamos anclados en una tontuna que dice ser fiel a la tradición, cuando la esencia de un monoplaza estriba en que sea conducido por un solo piloto al que hay que proteger por activa o por pasiva, independientemente de nuestro gustos estéticos.

Os leo.

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