Con vuestro permiso os ahorro la crónica de las 500 Millas de Indianápolis de este año, básicamente porque a estas horas hay material suficiente para hacerse una idea de lo que pasó, en el caso de que no llegárais a verla el domingo por la tarde en horario europeo, claro.
Ganó Marcus Ericsson, sí, nuestro Marcus Ericsson, y ha comenzado la aburrida rutina de establecer paralelismos con su etapa en Fórmula 1, cosa respetable pero con nulo recorrido porque la IndyCar como disciplina, y en concreto la Indy 500, te gusta o no te gusta, y con ello hay que convivir a ambos lados de la trinchera.
Lo cierto es que he tardado años en empezar a entenderlo. No se trata del modelo de competición sino del público, del consumidor, de sus hábitos y costumbres deportivas, y de sus expectativas con respecto al espectáculo, que a fin y a cuentas es donde quería llegar yo hoy.
Tal vez sea imposible trazar puentes entre la Fórmula 1 y la IndyCar o la NASCAR, como aventuraba Carlos, pero lo que sí es cierto es que las 500 Millas de Indianápolis es una de esas pruebas que trascienden sus propios límites geográficos, como las 24 Horas de Le Mans, y que por ello es única y tiene la relevancia mundial que tiene.
No me voy a poner a explicar el enorme trabajo que realizó el sueco —con casco de homenaje a Ronnie Peterson, por cierto— para llegar con oportunidades a su último relevo, ni cómo se desenvolvió en éste hasta lograr el triunfo sobre sus rivales.
Sí diré que Ericsson tiene hoy más dinero en su cuenta corriente, es más famoso y va a disponer de mejores alternativas en su carrera profesional, aunque lo mejor de todo es que cuando cruzó la antigua línea de adoquines del Brickyard y vio la bandera a cuadros, dejó atrás su pasado para convertirse en el vencedor de una de las carreras míticas del motorsport universal, algo que en Estados Unidos no van a olvidar jamás aunque en Europa sigamos cometiendo el viejo pecado sobre el que nos alertaba Maese a finales de 2011.
Os leo.
1 comentario:
Admito que, durante aquellas conversaciones con Maese, fui incapaz de abrazar la misma fe que él por la Indy/NASCAR (sí que compartíamos nuestro amor por la F1/DTM). Quizás se deba a que, precisamente la cultura showtime yankee a la que aludes con tino, una vez más, así como la británica, supone para mí un muro demasiado cargado de prejuicios. Y como ya le reconocí y reconozco aquí, evidentemente el problema es mío.
Cuando lo poco que conoces no te gusta, es muy complicado que profundices, y conforme vas racionando tu tiempo con la edad... resulta cada vez más difícil.
Aprovecho para recordar que su blog sigue ahí, como la enciclopedia que era D.Carlos, lleno de historias y anécdotas que, viniendo de él, son oro en tinta.
Desconocía lo del detalle de Ronnie, uno de los pilotos que más admiro, por lo que me alegra enormemente el gesto de Ericsson. Y si de algo estoy seguro es de que a Maese, esté donde esté, más aún.
Gracias por recordarlo, Jose. :)
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