martes, 11 de agosto de 2020

Gigantes de tamaño asequible


Desgraciadamente, nuestra época viene marcada a fuego por la petulancia y el postureo caiga quien caiga, facetas del ser humano que han exacerbado los rigores de nuestras benditas redes sociales. Cambiaría todo tanto si pudiésemos reunirnos para charlar alrededor de un café, un refrigerio, unos cacahuetes y unas peladillas, un bourbon tal vez, que apena mucho que lo que hemos ganado en facilidad de comunicación se vaya por el retrete porque toca defender el ego así se nos haya despeñado en el primer tuit...

Tengo día de recordar a Nigel. No por nada especial, o quizá sí, por Iván, mayormente, y seguramente por todos esos mansellistas con los que podías (y puedes) echar horas y horas de una tarde sin temor a aburrirte o a que las normales divergencias de opinión chafasen lo que siempre ha sido una jugosa charla entre enamorados de todo esto.

Sí, no debemos arrugarnos ante la evidencia de que los de mi generación crecimos entre tipos que no pretendían salvar el universo ni movilizar a sus nutridas aficiones en pos de lograr un mundo mejor, o eso dicen; seguramente porque eran gigantes que se dejaban abrazar y nos cabían en la palma de una mano sin perder un átomo de su inabarcable grandeza. Como Nigel había muchos donde escoger y era comenzar a hablar de ellos y que surgiera un rosario de anécdotas que te permitían cartografiar nuestro deporte en un puñado de servilletas, y con errores de estimación mínimos. La realidad se convertía así en una tableta de plastilina que moldeábamos, interpretábamos y versionábamos a nuestro entero gusto. ¿Os sabéis aquella...? ¡No, cuenta...!

Hay parcelas de nuestra actualidad cotidiana que apestan a cerrado y necesitan de un Mansell que abra las ventanas. No sé si lo conseguiré con estas líneas, pero bien está que recordemos que los cimientos de la Fórmula 1 los levantaron con sus manos individuos como nuestro protagonista. El de Upton upon Severn pudo no ser el mejor de su generación o tuvo mala suerte al toparse con Piquet, Senna o Prost, pero era verlo montarse en su coche y tener la certeza de que se iba a exprimir en pista hasta la cáscara, como los limones.

No habría pasado el corte. Como le ocurrió a Michael Schumacher en su retorno, casi podría jugarme la mano con que dibujo a que Nigel Mansell tampoco habría entendido esta Fórmula 1 que consiste, la mayoría de veces, en tratar de pisar huevos sin romperlos. Él era de esas naturalezas que posaban sus ojos en un objetivo y no cejaban hasta alcanzarlo. Rudo a veces, fuerte siempre, The Lion tenía firma y me dirán ustedes qué piloto de la actual parrilla puede decir lo mismo.

Fue compañero de Elio, aguantó al Nelson más cabrón y sobrevivió a Ayrton y Alain. Hay quien considera que su título fue más de coche que de piloto, pero yo se lo perdono todo a un personaje que casi se rompe las cervicales y volvía al ruedo sin el alta médica porque le gustaba correr. Su corona es la única de nuestra historia como deporte que premia el tesón. Ni matemáticas ni pollas en vinagre, te llamas Nigel, te apellidas Mansell, pones la directa y rozas el cielo con la yema de los dedos porque nadie más que tú merece ese premio.

No hacía falta tener millones de seguidores en redes sociales, ni ser el más majo ni el que mejores stories publicaba en Instagram. Bastaba ser un gigante cercano, asequible, abarcable con los dedos, entrañable para los que le quisimos en su vida profesional, por sus cosas y por su bigotón. Nigel el diferente, uno entre muchos pero único, cuando, al volante de su monoplaza, en vez de un grácil guepardo resultaba un búfalo cafre al que no paraba ni Dios. ¡Ésta seguro que no la sabéis...! ¡Venga, cuenta, que voy a por otra ronda...!

Os leo.

2 comentarios:

Otrokimista dijo...

"su torpe actitud le ganó algunos enemigos, sus heroicas actuaciones millones de fanáticos"
Pudo no ser el mejor de su generación, pero nunca volteó hacia arriba cuando pasó a lado de esos gigantes.

Jorge dijo...

Yo creo que el 92 fue simplemente una temporada en la que la F1 le dió por fin lo que durante tantos años mereció. Un pilotazo, ójala más como el...