Gracias a Dios mueren las personas pero quedan sus recuerdos y actitudes, y aunque nunca traté con José María Calleja más allá de compartir hall y ascensor cuando él subía a la radio junto a sus guardaespaldas y yo a mi viejo estudio en el Sanreza de Zabalburu, quiero agradecer desde estas líneas haberle podido escuchar o leer, porque en aquellos años en que nos hacían falta guías en el desfiladero, él superó sus miedos y supo serlo.
Hasta pronto, José María.
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