Los comienzos de la década de los noventa del siglo pasado tienen
para mí un marcado sabor francés. Lo recuerdo bien porque aquella etapa
de mi vida supuso un cúmulo de alegrías y sinsabores que se apelotonan
ahora en mi memoria, pero que en su momento, definieron un rosario de
hazañas de autónomo (emprendedor dicen ahora) que me obligaban cada
mañana a levantarme de la cama con la única incógnita de si escogía para
la jornada el fusil de asalto o la automática, porque el casco de kevlar y el chaleco antifragmentación no me los quitaba de encima ni para dormir, pero fundamentalmente, porque devoraba las Sport Auto como un poseso.
También compraba y leía AutoSport y AutoSprint, pero la sección dedicada a la Fórmula 1 en el magazine
francés no tenía parangón. No era para menos, sobre el asfalto de los
circuitos del Mundial, Francia estaba escribiendo páginas memorables.
Andaba por allí el tricampeón mundial
Alain Prost, primero en Ferrari (1990-91) y tras un año sabático en el
que lavó sus heridas y preparó sus armas, en Williams (1993). También
estaban Jean Alesi (Tyrrell en 1990 y Ferrari a partir de ese instante,
hasta finales de 1995); Bertrand Gachot (Coloni en 1990, Jordan y
Larrousse en 1991, repitiendo en esta última en 1992, y en Pacific de
1993 a 1995); Éric Bernard (Lola en 1990 y 1991, Ligier y Lotus en 1994
tras un descanso de dos años, y Larrousse en 1995); y Érik Comas (Ligier
en 1991 y 1992, y Larrousse en 1993 y 1994). En el ámbito de las
escuderías, la presencia gala era estimable: Ligier y Larrousse, la
primera declinando en su historia en F1 (1976-1996), y la segunda,
quemando su breve etapa en el máximo deporte (1987-1994). Y por
supuesto, en el de propulsores, con Renault como estrella indiscutible
de la parrilla.
Obviamente, aquel periodo se distingue en mis recuerdos por el color de los Williams, con el amarillo sobre el cubrecapot y la parte anterior del cockpit
que ya distinguía el coche de Nelson Piquet en su tercer título mundial
(1986), que con una tonalidad más cálida que entonces, era usado a
principios de aquella etapa a la que estoy aludiendo, como espacio
natural por el camello y las insignias de la tabacalera Camel. Pero
sobre todo, por la figura de un tipo rudo en su aspecto como pocos,
Nigel Mansell, The Old British Lion, el hombre que se alzó con la
corona en 1992 y al que la prensa francesa, más que las otras,
cuestionaba sus logros porque conducir el increíble FW14b parecía cosa
de niños…
Aquellas novedades que incorporaba el inigualable FW14b diseñado por
Adrian Newey bajo la sombra de Patrick Head, serían posteriormente
erradicadas. Al año siguiente, 1993, Alain Prost volvía a los circuitos
para lograr su cuarto entorchado, y en 1994, Ayrton Senna desembarcaba
en la de Grove para encontrar la muerte en San Marino. Todo esto lo
segui en las páginas de Sport Auto, y seguramente se lo leí a
mi pequeño Josu (nacido en abril de 1990), en un idioma por el que
siempre he sentido bastante sintonía gracias a que cursé primera
enseñanza, bachillerato y COU, con los Hermanos Menesianos, en mi
Portugalete natal.
Han pasado tres décadas, aún no he perdonado a Sport Auto,
pero Mansell sigue ocupando un lugar indispensable en mi corazoncito de
aficionado, quizás debido a que el de Upton-on-Severn, para cuando
alcanzó la gloria eterna en Williams ya lo había demostrado casi todo,
madurando temporada a temporada, como los buenos vinos, labrando su
propia historia a golpe de riñones y un saber hacer sobre el asfalto
amén de contundente, siempre ambicioso.
Nigel se merecía aquel campeonato, jamás se lo he cuestionado.
3 comentarios:
¿La entrada va con segundas?
King Crimson
King Crimson ;) Por supuesto ;)
Un abrazote, campeón.
Jose
Se podría decir que se hizo justicia a los méritos de Nigel y que un piloto como él debe figurar entre los campeones del mundo.
Yo también capto tu ironía, Jose, ahora se ha dado la vuelta a la tortilla, y si no ensalzas al que gana es que eres mal perdedor. Porca miseria!
Un abrazo!
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