Seb y su reválida

Vettel, como decía de Hembery el otro día, anda poniéndose la tirita antes de la herida, en modalidad preventiva, vamos, en previsión de que el cohete que le ha preparado Adrian no le permita parecer otra vez un súperhombre.

Es razonable y desde todo punto de vista lógico, que el héroe muestre en algún punto de su existencia alguna flaqueza humana que lo haga asequible y comprensible al común de los mortales, a fin de cuentas, la industria de los cómics americanos ha hecho el gran negocio redundando en esta tontería que inventaron en su día los que cimentaron nuestra cultura, para que precisamente sea una alemana la que la esté aniquilando.

Es normal, como digo, que Sebastian albergue dudas. Compartir los días y las noches con el celoso Marko y sus analectas, sin leer periódicos ni desperdiciar energías en vivir la vida, concentrado en lo importante todo el tiempo, buscando nombres raros y graciosos para sus máquinas, no deja de suponer un suplicio insoportable para un chiquillo, incluso para un hombre. Más si cabe, si el muchacho ha sido llamado a batir todos los récords y a enseñarnos un camino en esto de la F1, que los irreductibles seguimos sin ver.

No me extraña que Vettel ande mohíno y cabizbajo. Nadie mejor que él sabe cómo terminó la temporada pasada, el verdadero contenido de la épica que le ciñó la cabeza cuando adelantaba en Interlagos, el calado real de un triunfo agónico que estuvo a punto de írsele de las manos, precisamente porque los doctos maestros que rigen su preciso deambular por el mundo, no previeron adoctrinarle para convencer incluso en los naufragios más estrepitosos.

Sebastian conoce a la perfección cuál es su Talón de Aquiles, esa navegación entre dos aguas que siempre se le atraganta, esa supervivencia entre supervivientes correosos que se hace tan necesaria cuando el coche no te permite obtener la pole, esa manera, en definitiva, que faculta a Lewis, a Fernando y a Kimi, para estar avisados y dispuestos a cazar los primeros puestos desde lontananza, esperando el momento preciso en que abrirse paso es posible, y asequible, y aunque laborioso, plausible, y que lamentablemente queda lejos de los que se han acostumbrado a preocuparse sólo de los retrovisores, y sólo de vez en cuándo.

Sin mapas motor adecuados, sin comprensión de gomas, con un RB9 en apariencia bajo de forma, Vettel tiene ante sí la oportunidad de demostrarse a sí mismo que puede ir más allá de su monoplaza, y aunque lo escribí hace mucho, hoy lo reitero: Sebastian necesita tomarse completamente en serio, abandonar la gramática redbulliana, cogerse un pedo de esos que a Kimi le duran tres días, escoger catecismo, elegir un casco para toda la temporada, una identidad así caigan rayos y truenos, un norte al que aferrarse, un punto sobre el horizonte ante el cual construirse o resquebrajarse, o romperse o hacerse añicos, pero él, él solo. Él y no los mantras que le rodean; él y no las previsiones que se arremolinan sobre su persona como telas de araña; él conquistando su propia existencia como la conquistó en BMW Sauber o en Toro Rosso, o incluso en la Red Bull de 2009; él liberándose de esa necesidad de victoria totalmente impuesta, de aquel 2011 tan nocivo, y haciéndolo de una vez por todas...

El dolor no es saludable porque en caso contrario no dolería. Seb necesita como agua de mayo volver a disfrutar, venderse barato ante un beso, olvidarse de lo que ha sido y pensar en lo que puede ser, reconocerse de nuevo como un tipo capaz de pasarlo bien sobre su vehículo, así Narain o Mark le recuerden que no corre solo. Precisa acercarse al box de la de Faenza para decirles a Daniel y a Jean-Éric, que como le vuelvan a dejar pasar en pista les rompe la cara, y advertirles de que si aparece el Doktor para insinuar lo contrario, le hagan de su parte una peineta porque él es un piloto y sabe buscarse las alubias donde hay que buscarlas.

Os leo.