¡Qué peligro!

Desde que acabé contra la tapia del colegio de las Hermanas Carmelitas, en mi Santurce adolescente, decidí abonarme a las cuatro ruedas como medio precavido de locomoción. Es cierto que el boinazo me lo propiné con una Ducati de medio litro de mi amigo Norberto Peñalba, y que mantuve el equilibrio hasta el inevitable impacto, porque lo que había pasado era simple y llanamente que me había liado con los mandos, acelerando en vez de frenar. De libro, vamos. El caso es que el desagradable incidente se ha convertido desde entonces en excusa suficiente para el rechazo animal que profeso al mundo de la bicicletas, donde nunca me he hallado a gusto y donde sigo sin encontrar sitio cómodo. Del de las motos mejor ni hablo.

Va todo este rollo porque este sábado, el piloto Mark Webber ha colisionado con un vehículo todo terreno mientras evolucionaba sobre dos ruedas en una prueba benéfica que para más inri llevaba su nombre: Mark Webber Pure Tasmania Challenge, rompiéndose una pierna; y porque tuve el orgullo de disfrutar de la amistad de Iñaki Zorrakín, una magnífica persona, ciclista militante, vegetariano, y magnífico ilustrador de animales, a quien quise y a quien recuerdo con melancolía tras su temprano fallecimiento por enfermedad, y que siempre me decía que prefería jugarse el tipo en bicicleta a correr el riesgo de llevarse a alguien por delante con un coche.

Y digo yo que la DGT, tan implicada en escenificar los riesgos de la carretera para intentar paliarlos, podía echar mano del ejemplo del australiano, porque manda narices que se haya demostrado que su vida corre menos peligro yendo a 300 por hora en el interior de su Red Bull, que practicando deporte sobre dos ruedas.

Sí, Kovalainen, Glock y el propio Webber este año, Hamilton y Kubica el pasado, han puesto de relieve que tras un impacto brutal en F1 se puede salir ileso, con algunas magulladuras, incluso con un esguince, pero sano y salvo, porque las medidas de seguridad que rodean a un piloto en la actualidad son algo más que suficientes. Pero lo que le ha ocurrido al piloto de Red Bull sin su casco integral, sin su HANS, lejos de su cockpit, nos enfrenta al hecho crudo de que sobre una bici la carne y la piel no sirven como carrocería, ni los huesos como chasis.

Aparte de su inteligente razonamiento ya mencionado, a mi amigo no le gustaban los automóviles por su efecto contaminante y por un montón de argumentos más que no viene al caso comentar, pero que al fin y a la postre fueron parte de las razones que me animaron a deshacerme de mi Ford Fiesta 1.4S (¡estupendo, oiga!), en 1997, después de sufrir un par de malas experiencias en una misma noche, y sin ser culpable de ninguna de ellas.

Tras once años de usar metro, tren o autobús para mis desplazamientos, de reducir mi huella ecológica, estoy a punto de comprar un coche nuevo porque las circunstancias me lo aconsejan, y aunque ya me voy haciendo a la idea, sigo pensando en lo frágiles que resultan los ciclistas y en el miedo de Iñaki que ya he hecho mío. Así y todo seguiré cruzando los dedos.

PD: Desde este humilde lugar le envío un enorme y afectuoso saludo a Mark para que se recupere pronto y vuelva lo antes posible a deleitarnos desde el interior seguro de su monoplaza.