Si tuviera algo que ver con el tinglado de la Formula 1, que ni se me pasa por la cabeza, comenzaría la operación rescate de Checo en Catar y dejaría que Max se coronase en Las Vegas. Sí, una doble victoria del mexicano en Losail (Sprint y Gran Premio) —también nos valdría la 32+1 del Nano—, y un descuelgue estratégico del holandés, mataría de un mismo disparo las necesidades del espectáculo y el negocio, amén de enfriar las ínfulas de Brackley y colmar las escasas esperanzas del respetable por seguir deshojando la margarita.
De momento, Verstappen ha salido de Suzuka que ni pintiparado para calzarse su tercer título consecutivo a la brevedad de un rayo, sólo su compañero supone una amenaza descafeinada, muy descafeinada y siempre matemáticamente hablado, pero el deporte está por encima de las escuderías y sus hombres, que dicen nuestros magos y gurúes, y, bien mirado, mi ocurrencia del primer párrafo no parece tan mala idea. Las Vegas, además, supone el escenario perfecto para rubricar la excelencia de la máxima expresión del automovilismo deportivo con sus fantasías de hormigón armado y cartón piedra, sus luces de neón y esa sensación de que la ciudad habita un lugar que no es de este mundo.
Men love women, but, ever more than that, men love cars! Os leo.
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