Mi vida, ahora mismo, es lo más parecido a formar parte de la tripulación de la USCSS Nostromo tras haber recuperado el cuerpo de Gilbert con el facehugger bien agarradito a su cuello.
A Ridley Scott y los guionistas de Alien, El octavo pasajero, se les pasó argumentar debidamente que el gato Jonesy era ése octavo viajero al que aludía el título, que luego andaba yo aunque no quedó rastro de mí en la fase de montaje definitivo de la cinta —comprensible porque no era ni medio normal verme aparecer en la escena de la cena armado hasta los dientes y sin quitar ojo a la tripita y tórax de Kane—, y que el xenomorfo extraterrestre a lo sumo hacía de décimo en discordia.
Lo cierto es que al minino se le ve sanote, bien alimentado y tal, lo que siempre me ha sembrado dudas, y el alien se hace adulto demasiado rápido como para convertirse en un brutal depredador sin haber metido ni un gramo de proteína animal en el cuerpo...
En fin, conocer de antemano el argumento tiene numerosos inconvenientes —en mi caso haber perdido una oportunidad que ni pintada para haber alcanzado el estrellato en Hollywood—, pero también supone algunas ventajas, como la de dar más valor al tiempo transcurrido, presente y futuro.
La temporada está básicamente zanjada. Mientras la IndyCar mantenía a cinco candidatos a coronarse en Monterey como hizo definitivamente Will Power, carrera en Laguna Seca que ganó un Álex Palou que este año no contaba para el título, en Fórmula 1 hay quien se pone pino pino filipino valorando si Max Verstappen logrará convertirse en bicampeón del Mundo a falta de cuatro o cinco pruebas, lo que no deja de ser una manera como otra cualquier de bajar los brazos, de tirar la toalla, de aceptar que en el espacio nadie podrá oír tus gritos, que vaya definición del destino nos propusieron en el subtítulo de Alien.
Os leo.
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