Se ha quedado muy buena mañana para recordar el paso del Renault R25 por tierras de Abu Dhabi, el revuelo que se montó y la cantidad de sensaciones (buenas) que dejó a su paso. No ha transcurrido ni un mes desde que escribí al respecto en mi espacio en MomentoGP y me apetece compartir hoy con vosotros aquel texto. Pasen ustedes y disfruten, que decía aquél...
Estamos encarando la Nochebuena de 2020 y todavía colea la presencia del R25 en Abu Dhabi. Quien más, quien menos, ha sentido ganas de opinar sobre lo ocurrido durante el fin de semana del 11 al 13 de este mismo mes en el trazado de Yas Marina, aunque, a día de hoy, el debate sigue abierto: ¿aquello forma parte de nuestro pasado y es materia de museo antes que un ejemplo donde debería mirarse nuestra actividad, o, por el contrario, es un claro síntoma de lo que ha perdido la Fórmula 1 mientras avanzaba en pos de la modernidad?
En total fueron tres sesiones cortas, repartidas entre el viernes y el domingo, que no dejaron indiferente a nadie, ni a Lewis Hamilton, a quien el bramido del coche conducido por su ex compañero en McLaren (2007) le pilló contestando preguntas durante una entrevista.
Hace años, Robert Kubica admitía sin ambages que el R25, precisamente, era el monoplaza más bestia que había conducido. Fue durante un show, ya que el polaco se estrenó en F1 en 2006 (tercer piloto en BMW Sauber), cuando los autos usaban V8 y no superaban los 780 caballos. Es un dato, nada más. La Fórmula 1 de Bernie Ecclestone ya había comenzado por aquella época a buscar la sostenibilidad del negocio —no equivocar con la otra, please!— y su deriva nos iba a llevar a que Michael Schumacher afirmase en 2010 en su retorno con Mercedes GP, que aquello parecía como «ir pisando huevos».
En fin, ha llovido lo suyo desde entonces y poco se puede decir al respecto salvo recordar que en 2013, al terminar la sesión en Interlagos, en el garaje de Renault se llevaron aquellos V8 a su régimen máximo a modo de homenaje y despedida. ¡Un espectáculo! Los colectores al rojo vivo y el ruido obligando a los presentes a llevarse las manos a las orejas incluso con los cascos puestos… Luego vino Paco con la rebaja. La campaña 2014 arrancaba como una competición de aspiradoras y ya entonces se habló de sostenibilidad —la buena, se entiende— como impuesto a pagar con tal de seguir disfrutando de las carreras.
Era una mentira de las muchas que adornan nuestro deporte. Los Grandes Premios nocturnos o seminocturnos como el de Abu Dhabi, precisan de un alumbrado eléctrico cuyo suministro se asegura mediante generadores convencionales. Asfaltado, mantenimiento, adecuación de circuitos o creación de nuevos, obtención de materiales como el titanio, incluso el transporte de las escuderías, sus aperos y personal, conlleva un consumo de combustible que no cuenta para el cómputo final. Las unidades híbridas producen menos CO2 que los antiguos propulsores, es cierto, pero no lo es menos que no se contabiliza como «huella» el proceso para construirlas ni el problema de reciclaje que suponen sus deshechos.
Sin duda vamos en la dirección correcta. Cuanto más limpio mantengamos el planeta mejor nos irá a todos, pero existe una grave contradicción que se percibe. Vamos a un calendario de 23 pruebas en 2021 y nos hemos acostumbrado a abonar el peaje con tal de seguir gozando. Pero, ¿había que ahorrar, no?
Y en esto aparece en Yas Marina un vehículo infinitamente más barato que los actuales, que produce emociones que no proporcionan estos. Es veloz y su sonido se percibe antes de que lo veamos aparecer en la curva y nos despide incluso cuando conductor y máquina han desaparecido en la siguiente tras circular como una centella por la recta de tribunas. Y la gente se hace preguntas, y es normal que se las haga porque los espectáculos viven de sensaciones, a poder ser irrepetibles, no de una tecnología que no ha sido capaz de calar en el aficionado medio a lo largo de siete interminables temporadas.
Os leo.
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