Dos años llevaba funcionando la era moderna de la Fórmula 1 cuando para paliar la retirada de Alfa Romeo y el recelo de otras marcas, se abrió la mano del reglamento permitiendo la participación de modelos de menor cilindrada, peso y potencia, en las competiciones puntuables de la época.
Maranello llevaba cierta ventaja y lo cierto es que no la desaprovechó. Las temporadas de lucha con la milanesa (1950 y 1951), habían enseñado a Ferrari a jugar moviéndose entre grandes.
La Scuderia no lo era, había echado a andar en 1929 como taller preparador de vehículos, fundamentalmente para la división deportiva de Alfa Romeo, y no fue hasta después de la II Guerra Mundial que comenzó a tener entidad propia a pesar de que Italia trataba de dejar atrás las graves secuelas de la contienda.
Enzo Ferrari aprovechó la posguerra para dar nueva vida a su viejo sueño de hacerse un sitio en la industria italiana junto a FIAT y Alfa Romeo, para lo cual, Il Commendatore, ex piloto y apasionado de la competición, pretendió crear los más fabulosos vehículos deportivos que hubiera visto o conducido un ser humano, que trasladarían a sus exclusivos propietarios la sensación de que participaban, de alguna manera, de las gestas que firmaban los coches de carrera distinguidos por el escudo de Il Cavallino Rampante.
El Tipo 500 era un monoplaza F2 y el cambio de planteamiento federativo al respecto del campeonato permitió que su creador, Aurelio Lampredi, lo retocara hasta convertirlo en una pequeña obra de arte que conquistaría el Mundial de Pilotos en 1952 y 1953, logrando así un inesperado eco mediático ya que los éxitos para Maranello en la cilindrada grande (F1) tardarían tiempo en llegar.
Ascari era un piloto rápido, fino y delicado al volante, que en palabras de Fangio era casi imbatible cuando ganaba la punta, y había encontrado en el dócil 500 el arma de sus sueños...
El Gran Premio de Alemania de 1952 se celebró el fin de semana del 2 al 3 de agosto. Alberto hizo la pole, la vuelta rápida y ganó la prueba.
Que el hijo de Antonio Ascari ocupase lo alto del cajón del podio venía siendo habitual desde la tercera cita del calendario, el Gran Premio de Bélgica, circunstancia que se prolongó hasta la primera carrera de la temporada siguiente, el Gran Premio de Argentina. Que Ferrari se mantuviera tan arriba no parecía tan habitual, ni siquiera contando con el triplete conseguido por Ascari, Farina y Taruffi en el Gran Premio de Francia, apenas un mes antes. Pero lo que rompió todos los esquemas en Nürburgring, fue que en el infernal Nordschleife aunque bajo clima caluroso, La Scuderia lograse colocar nada menos que cinco coches en las seis primeras posiciones.
Ascari, Farina, Fischer y Taruffi en las cuatro primeras plazas, y por orden, y Laurent en la sexta, detrás de Behra, a bordo de un Gordini. Los dos primeros y el cuarto encuadrados en la escuadra oficial, Rudi sobre un coche rojo con librea blanca de la Écurie Espadon (montando neumáticos Pirelli, el resto iba con gomas belgas Englebert), y Roger defendiendo el color amarillo de la Écurie Francorchamps. Todos ellos con el Tipo 500, el pequeño fenómeno que situaría definitivamente a Ferrari en el mapa de la competición de monoplazas. Precisamente en las tierras altas de las Eifel. Aquel año, 1952.
Os leo.
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