miércoles, 21 de diciembre de 2016

Eifelring [#Nürbu 01]


Preston me dijo una vez que ya no quedan princesas que salvar porque, en realidad, nunca lo necesitaron. El dragón de las sagas era dragona, como la serpiente de mar. El cuento era eso: sólo un cuento.

Él, que ha labrado su leyenda circulando más rápido que nadie por los trazados más duros que podemos imaginar, siempre se ha confesado un enamorado del Eifelring.

Como comprenderéis, me chocó oírle llamarlo así, y aunque esta referencia ha quedado totalmente sepultada, lo cierto es que tiene más sustancia que el nombre que se le dio después, ya que Nurburgo nunca ha dejado de ser una pequeña anécdota a la sombra de su castillo, mientras que las montañas Eifel siempre estuvieron allí, desde el comienzo de las edades.

No resulta difícil imaginar a Hilly después de aquel accidente del que salió con vida por muy poco, totalmente rendido ante la enigmática y húmeda belleza de los bosques y frondas que rodean el trazado más imponente del mundo, en cuya altura principal, los romanos levantaron un fuerte y una atalaya desde los cuales dominaban la zona antes de que los Ullrich cimentaran y vistieran de piedra lo que hoy conocemos como Burg Nürburg.

Hombre culto, cabal, además de un grandísimo piloto e inglés hasta la cepa, por descontado, de él no se puede decir que no tenga los pies bien posados en el suelo. Ni siquiera cuando me describe con ojos encendidos, cómo mientras el trazado y sus lindes verdes dan la bienvenida al último invierno, las fraguas que habitan su lecho rocoso echan a andar iluminando con su fuego las paredes de las grutas y cavernas donde se forjan, a golpe de martillo, las espadas que manejarán luego los héroes en sus batallas.

—Es hembra —y me lo dice como si fuese capaz de entenderlo.

—¿A qué te refieres?

Preston no se revuelve, está esperando mi pregunta. El Eifelring es una dama oculta bajo la armadura de un caballero —continúa—. Sus curvas, sus enigmas, sus inquietudes y sus trampas la delatan. Puedes pensar que la has vencido pero entre sus brazos sólo se muere, y volverás a ella para seguir muriendo.

Os leo.

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