Como un tsunami, va calando el sentimiento de que todo está cogido con alfileres en Fórmula 1. No se trata sólo de lo que vemos los fines de semana de carrera; la cosa va más allá, empapando incluso momentos tan sagrados para un aficionado como el de las presentaciones.
Imaginemos por un momento que un equipo de fútbol o baloncesto, por tomar dos ejemplos a mano, se presenta ante su gente sin haber definido la vestimenta oficial ni la segunda equipación ni mucho menos la que utilizará en competiciones europeas si hiciera el caso, sin patrocinadores definidos y con una alineación que podría no ser la definitiva... Seguramente, el populacho lo tomaría a chufla aunque más de uno se sentiría ofendido, y con razón.
En nuestro deporte, este tipo de comportamientos se han convertido en el pan nuestro de cada día, hasta el punto de que se dan por pasables o buenos sin siquiera torcer el gesto, cuando en otros ámbitos, alguno de sus promotores podía terminar en la hoguera, metafóricamente hablando, se entiende. Todo sea hacer una misa o poner una vela al santo patrón y luego ya veremos, aunque el ya veremos nunca llegue.
La Fórmula 1 adolece de un grave problema de comunicación. La información que llega a la afición está suministrada con cuentagotas y según de donde venga, puede resultar incluso contradictoria. La etapa de las presentaciones, la verdad es que no ayuda a mejorar el escenario.
Me diréis que a lo peor estoy hilando muy fino y seguramente llevéis razón, pero por suerte viví épocas de todo esto en las que a partir de la jornada del estreno, en una par de días a los sumo, quién más o quien menos tenía en su mano la información necesaria con que hacerse una idea.
Hombre, siempre había campo para que cupieran las mentirijillas y todos lo sabíamos, e incorporábamos a renglón seguido alguna que otra variable de las de andar por casa, para que las piezas terminaran por encajar, entre otras cosas, porque la información la suministraba la escudería o el fabricante de motores o neumáticos. Leías entonces las crónicas de los entrenamientos, observabas los dibujos que hacían entre otros Javier Aller en la Grand Prix, y entendías de qué iba la historia...
Hoy todo esto que os cuento es pasado. Lamentablemente es así y resulta complicadísimo hacer una lectura medianamente certera de lo que está sucediendo. Pero hay quien te pide que hagas un análisis de tal o cual vehículo, y dan ganas de contestarle en plan Gila: ¿Dónde es la guerra?
El conflicto es económico y opaco. No hay que tener dos dedos de frente para comprender que tanto ocultismo como rodea la actividad, tiene que ver más con aquello de no enseñar las cartas que con aquello otro de nos veremos las caras en la pista. Proporcionalmente hay más interés en la actualidad en vencer al rival en los despachos o en los medios, que sobre el asfalto. Y todo esto me parece malo y contraproducente, para qué voy a engañaros. Porque viví otros tiempos, porque esta inercia está empujando a los aficionados fuera de los circuitos y pantallas de televisor y ordenador, pero fundamentalmente, porque poco a poco la Fórmula 1 se aleja irremediablemente de su masa social.
¿Dónde es la guerra? ¡Ya me gustaría saberlo!
Os leo.
En nuestro deporte, este tipo de comportamientos se han convertido en el pan nuestro de cada día, hasta el punto de que se dan por pasables o buenos sin siquiera torcer el gesto, cuando en otros ámbitos, alguno de sus promotores podía terminar en la hoguera, metafóricamente hablando, se entiende. Todo sea hacer una misa o poner una vela al santo patrón y luego ya veremos, aunque el ya veremos nunca llegue.
La Fórmula 1 adolece de un grave problema de comunicación. La información que llega a la afición está suministrada con cuentagotas y según de donde venga, puede resultar incluso contradictoria. La etapa de las presentaciones, la verdad es que no ayuda a mejorar el escenario.
Me diréis que a lo peor estoy hilando muy fino y seguramente llevéis razón, pero por suerte viví épocas de todo esto en las que a partir de la jornada del estreno, en una par de días a los sumo, quién más o quien menos tenía en su mano la información necesaria con que hacerse una idea.
Hombre, siempre había campo para que cupieran las mentirijillas y todos lo sabíamos, e incorporábamos a renglón seguido alguna que otra variable de las de andar por casa, para que las piezas terminaran por encajar, entre otras cosas, porque la información la suministraba la escudería o el fabricante de motores o neumáticos. Leías entonces las crónicas de los entrenamientos, observabas los dibujos que hacían entre otros Javier Aller en la Grand Prix, y entendías de qué iba la historia...
Hoy todo esto que os cuento es pasado. Lamentablemente es así y resulta complicadísimo hacer una lectura medianamente certera de lo que está sucediendo. Pero hay quien te pide que hagas un análisis de tal o cual vehículo, y dan ganas de contestarle en plan Gila: ¿Dónde es la guerra?
El conflicto es económico y opaco. No hay que tener dos dedos de frente para comprender que tanto ocultismo como rodea la actividad, tiene que ver más con aquello de no enseñar las cartas que con aquello otro de nos veremos las caras en la pista. Proporcionalmente hay más interés en la actualidad en vencer al rival en los despachos o en los medios, que sobre el asfalto. Y todo esto me parece malo y contraproducente, para qué voy a engañaros. Porque viví otros tiempos, porque esta inercia está empujando a los aficionados fuera de los circuitos y pantallas de televisor y ordenador, pero fundamentalmente, porque poco a poco la Fórmula 1 se aleja irremediablemente de su masa social.
¿Dónde es la guerra? ¡Ya me gustaría saberlo!
Os leo.
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