lunes, 26 de enero de 2015

El guateque


Entre los múltiples contrasentidos que adornan la Fórmula 1, se encuentra esa sinrazón por la cual, Bernie rechaza las redes sociales, youtube y casi internet entera, pero transige de buena gana en que las escuderías enseñen la patita de sus vehículos mayoritariamente a través de la pantalla de un ordenador, una tablet o el smartphone.

La sustancia del despropósito radica, siempre bajo mi humilde opinión, en que el negocio en su conjunto tiene un grave problema de identidad que acostumbra a trasladarnos año sí y año también, como si nos incumbiera a nosotros resolverlo.

No es cierto que la Fórmula 1 pueda vivir solo de los septuagenarios que compran Rolex o que sea un ámbito donde debe primar el supuesto sentido de la vida que tienen las marcas que apuestan por poner sus colorines en ella. También estamos nosotros, los aficionados.

Bernie lo sabe, la FIA lo sabe, los equipos lo saben y quienes parecen no enterarse, son aquellos que se escudan en la visión más rancia del capitalismo para justificar que mientras hacemos de evidente sostén del entramado, se nos siga tratando poco menos que como una chusma a la que solo cabe dispensar paternalismo y condescendencia a partes iguales y de tanto en tanto, no sea que nos embriaguemos.

Hace no mucho, la presentación de los monoplazas se marcaba en rojo festivo. Las escuderías hacían gala de sus vehículos, pilotos y patrocinadores mientras nos prometían victorias a raudales. Todos estábamos invitados y traían incluso un elefantito que nos alegraba la vida, y nos lo explicaban con pelos y señales...

Lamentablemente todo eso ya es historia. La actualidad de nuestro deporte también viene marcada en rojo pero esta vez, en la cuenta de resultados, donde más duele. 

Y así, resulta comprensible que los equipos que han escapado de la escabechina a la que les somete anualmente la Bruja de Blacanieves y su peculiar sentido del espectáculo, tiendan a enseñar sus maquetas y propósitos para la temporada corriente de la manera más barata posible y cogiéndosela con papel de fumar. Casi sin ruido, cada vez con menos ruido. En un guateque donde no da para tocadiscos ni para limonada y el alcohol es de garrafón. En el que hay también un elefantito, pero de carton piedra y cuidadín con sobarlo demasiado o romperlo, que no hay más.

Los equipos son conscientes de que el público es su sustento y su futuro, pero son incapaces de quitar a Bernie de en medio. El día en que lo hagan, si no resulta demasiado tarde para todos, os juro que seré yo quien se encargue de que un elefantito de verdad alegre la fiesta, como sucedía en el metraje de la película que da título a esta entrada.

Os leo.

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