domingo, 13 de julio de 2014

¿Podría ser peor?


Llevo mal contemplar publicidad. Es ver un anuncio en el que una chiquilla se queja amargamente de que en su cumpleaños el que hace de payaso es siempre su padre, y que me entren ganas de repartir un par de tortas a la niña, a su madre y al pobre gilipuertas que vive en Babia entrenando para la próxima fiesta. Si a renglón seguido viene el del amigo que en tono paternal dice: ¡Tenías que controlarlo! (al colesterol se refiere), y la esposa del interfecto que apostilla como queriendo un caramelo de premio: ¡Yo se lo compré!; os juro que empiezo a notar cómo el neanderthal que llevo dentro coge la maza de cazar uros, con sabe dios qué aviesas intenciones...

En general, la publicidad que nos metemos entre pecho y espalda es indigesta de cojones, mala hasta decir basta y salvo honrosas excepciones, no imagino a nadie con dos dedos de frente confiando en ella. Pero el que peor llevo es ese del tío que está batiendo huevos y es interrumpido por la que se supone que es su media naranja porque ha llamado la aseguradora para ver si renuevan el seguro...

A ver, por mucho que el tipo vaya de guay y esté ayundando en la cocina con la corbata puesta y la camisa remangada, es quien toma las decisiones porque si no, el puñetazo del error se lo llevaría ella y sería ella la que saldría victoriosa en el plano final, con lo cual, la supuesta igualdad de género que se quiere enfatizar en el anuncio de marras se va literalmente a hacer puñetas, poniendo en evidencia que todo es un insulto a la inteligencia y lo que es peor, que por muchos años que pasen, para el mercado sigue resultando imprescindible que cada cual ocupe su sitio sin rechistar y en este caso en concreto, que las mujeres pinten lo menos posible en la toma de decisiones.

Podría seguir pero no pretendo aburriros. Dejé de hacer publicidad profesionalmente a la vez que abandoné el volante de mi viejo Ford Fiesta, en 1997, y desde entonces solo participo en proyectos en los que creo como consumidor, es decir, en muy pocos, y aún así, a veces sigo redescubriendo por qué lo dejé y es que a ingenuo me ganan pocos y lamentablemente el cliente sigue teniendo una importancia capital en el desarrollo del producto publicitario, de forma que el creativo, como se descuide, acabará pasando a limpio y firmando las insustancialidades e inconsistencias de quien paga.

Y traigo todo este rollo a colación porque con el estreno de las ruedas de 18 pulgadas made in Pirelli, confieso que he terminado por perderme —en realidad me perdí ya desde el primer día, cuando incluso me tragué como válido un fotomontaje de los coño neumáticos sobre un Toro Rosso—. 

Pero a lo que iba. Afirmé el otro día cuando escribí ¡Bibendum. Yo te invoco!, que el tema estético me la refanfinfla, pero como llevo días leyendo y visualizando comparativas con épocas pretéritas por aquello de que nos convenzamos de que este tipo de cosas ya han ocurrido con anterioridad, quiero recalcar esta tarde que el escenario propuesto por Pirelli no se parece en nada a aquello y que transigir con él resulta sumamante peligroso.

Primero de todo porque en las etapas de nuestro deporte a las que se alude para trazar la comparativa, había libertad de elección en el suministro de gomas y si no sana competición de prestaciones sobre la pista, al menos competencia a secas, de forma que se imponía el modelo que más ventajas ofrecía.

Y segundo, porque estamos ante un proveedor único que no ha sabido dar respuesta a los retos que le planteaba la Fórmula 1 durante los tres años y medio que lleva en ella y que como solución a sus problemas, ofrece un cambio radical de concepto que afectará de manera ineludible al diseño de los monoplazas futuros y a la forma de conducir de los pilotos, ya que lo miremos como lo mieremos, no existe alternativa.

Si con las modernas UP y los frenos Brake by wire ya estamos sufriendo que muchos conductores no se parezcan ni por asomo a lo que fueron, ni os cuento lo que sucederá en la parrilla con el nuevo invento en funcionamiento, porque en sentido estricto no estaremos hablando de adaptación, sino de pura y dura imposición porque Pirelli no ha sabido hacer sus deberes y al entramado le resulta más cómodo y rentable mantenerla en nómina que obligarla a que cumpla su contrato.

Os leo.

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