Confiar en que unos ingenieros aerodinámicos resolvieran una cuestión
de diseño en la que se pretendía que la aerodinámica perdiera
importancia, ha venido a ser como apostar a que los mismos hijos de su
madre que nos metieron en la crisis nos podrían sacar de ella,
refundando el capitalismo, eso sí, como diría el duermevelas Sarkozy mientras hacía genuflexiones ante Angelita Merkel.
El nuevo reglamento FIA es un truño manifiesto. A poco de retornar a
Europa —¿de dónde coño habrá salido esto del retorno si las temporadas
siempre comienzan lejos de la cuna de este deporte?—, solo se habla de
aerodinámica porque a pesar de las modernas unidades de potencia que
arrojan en la práctica parecida caballería que los viejos V8, la bendita
disciplina que ha resuelto siempre los más complejos enigmas
deportivos, sigue estando ahí, donde la dejaron los mismos que la han
ido rescatando a poquitos para solucionar una ecuación que tiende a la
misma solución sin que parezca que existan otras.
Pero el problema sigue estando arriba, en
la gente que contrata y confía en los ingenieros aerodinámicos para que
se peléen las alubias de la manera más cómoda posible, los mismos que
han montado un tinglado que no admite cambios importantes ni vueltas
atrás.
A ver, sin la aerodinámica actual la práctica mitad de los circuitos
del calendario necesitarían serios, profundos y costosos arreglos para
resultar atractivos en un Mundial de Fórmula 1 digamos que diferente.
Y es que Hermann Tilke ha aplicado sobre los trazados que ha firmado
desde hace años y de manera bastante escrupulosa, cabe decirlo, una
filosofía que ha emanado de la federación y los equipos, enfocada
fundamentalmente a las prestaciones aerodinámicas de los vehículos, lo
mismo que ha sucedido con la elección de unos neumáticos que ofrecen
similares volúmenes delante y detrás y con otras mil chorradillas que
sumadas todas ellas, han dado lugar a un escenario en el que la
aerodinámica de las narices no solo es totalmente necesaria sino
absolutamente imprescindible, ya que sin ella no habría Fórmula 1 tal y
como la conocemos desde hace al menos dos décadas.
¿Fue antes la gallina o el huevo?
Tenemos gallina única y huevos idénticos, y lo peor de todo: no hay
alternativa viable. Y es que quiero decir con todo esto que como pasaba
con la refundación del capitalismo que comentaba al inicio, en el nuevo
reglamento nadie ha querido cambiar nada en profundidad sencillamente
porque tal y como están las cosas, hacerlo tal y como se nos ha vendido,
habría supuesto un suicidio.
No voy a decir aquello de que nuevamente nos han tomado por idiotas
porque sinceramente yo no siento que sea así. Los responsables al
parecer no saben hacer otra cosa y están vendidos a la aerodinámica y
para sus jefes, todavía existen toneladas de inversiones que esperan a
ser amortizadas.
Desde esta perspectiva, creo honestamente que habría que estar muy
loco para pegar un tiro en las piernas a la aerodinámica, bien
desempolvando viejos circuitos que obligarían a un serio replanteamiento
de los diseños de coches de carreras o bien recurriendo a un sencillo
cambio de modelo de vehículo, que podría contar con neumáticos grandes
en el eje trasero y pequeñines en el delantero, por ejemplo.
No se puede. Simplemente es así y nos convendría ir aceptándolo. La
Fórmula 1 es aerodinámica por los cuatro costados, está dirigida por
mentalidades cortoplacistas y poco proclives a las revoluciones de
calado y quienes dibujan sus diferentes reglamentos son ingenieros
especializados en aerodinámica. No, no se puede pedir peras a un olmo,
aunque seguimos pudiendo elegir el color de nuestras preferencias,
plata, por ejemplo.
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