viernes, 17 de mayo de 2013

Mónaco resiste


En la vida de todo ser humano hay lugares a los que éste vuelve tarde o temprano. El pueblo, la calle donde se aprendía a patear el balón o a acunar a las muñecas, las puertas del colegio, su patio, la universidad, la adolescencia o la niñez entera… El circuito de Mónaco es ese lugar sagrado al que siempre retornamos los aficionados para descubrir cada año que la Fórmula 1 sigue existiendo, tal como la vivimos, sufrimos o soñamos, tal cual se significa cada ciclo solar: reluciente a pesar de las canas que ciñen su cabeza.

Dicen que el Mundial no tendría sentido sin la carrera de El Principado, y que por ello la mantienen contra viento y marea a pesar de disputarse en una ratonera cada vez más angosta. Es cierto que sus calles no menguan, si acaso se han anchado con el paso de los años, pero los que casi no caben en ellas son los modernos monoplazas: largos, sutiles, afinados para no correr corriendo, para ofrecer el espectáculo más lento de toda la temporada.

A pesar de los pesares, Mónaco es una evidencia para lo nuestro. Tanto es así que a veces pienso que el día que caiga su Gran Premio, caeremos todos con él y olvidaremos nombres míticos como La Rascasse, Sainte Devote o Tabac, el ruido atronador que se produce en el túnel, los juegos de luces y sombras sobre el Mediterráneo en el puerto, sus yates, sus ricos y sus pobres, las gradas y las peluoses, el azul tierno del cielo al mediodía y la atmósfera que respiraron y habitaron nuestros ídolos.

Llegamos de nuevo a Mónaco en unos días. Para este próximo miércoles todo estará dispuesto otra vez, como si no se hubiera hecho necesario recogerlo el año pasado y éste, bastara con desempolvarlo. El jueves los monoplazas volverán a acariciar su asfalto y el viernes librarán de hacerlo para dejar que la ciudad viva un poco y recobre el pulso. El sábado reanudarán la carga, primero en entrenamientos, más tarde en calificación, donde encontrar el hueco adecuado se convierte en casi una razón de estado para las escuderías y sus estrategias. Y el domingo, durante las casi dos horas que tiene estipulado la FIA que puede durar una prueba como máximo, precisamente para que Mónaco quepa en el calendario, los coches salpicarán de colores su piso gris oscuro para disputar el séptimo enfrentamiento de esta sesión que empezó ya ni sé cuándo.

El lunes siguiente, sin duda nos quejaremos como otras veces. Es imposible correr en Mónaco —diremos—. Otra vez los trenecitos de los cogieron —argumentaremos—. ¡Qué podio más cutre, por Dios! —señalaremos—. Y si por desgracia a Charlie Whiting le da por volver a sacar una bandera roja que beneficie exclusivamente al que ya sabemos, los tifosi juraremos no volver jamás al Principado…

Pero mientras tanto, Mónaco seguirá resistiendo en nuestra memoria, y nosotros sabremos así que existe un lugar en el mundo al que conviene retornar de vez en cuando para conocer al menos por qué pisamos el suelo y por qué llamamos a todo esto lo nuestro. Un contradiós, un enigma como tantos otros que abundan en la Fórmula 1, un escenario donde tiene más valor el ruido y el color que la velocidad, pero donde las manos y la cabeza de los pilotos destacan hasta el punto de obrar el milagro de que todas las cosas que habitualmente no encajan en nuestro pequeño mundo, lo hagan y de una vez por todas.

Nos leemos.


1 comentario:

Interlagos dijo...

Si no existiera habría que inventarlo. Grandísima entrada!!!

Un abrazo!