¡Que quemen al cameraman!

Mi padre le llamaba Pamplinas, y Pamplinas se quedó para los de casa, aunque el mundo le conoce y reconoce como Buster Keaton, y lo comento porque esta imagen con que decoro la entrada no sería la misma si el protagonista fuese otro, porque esa ingenuidad marcial de quien cree poder comerse el mundo desde detrás de la cámara no tiene igual, como si la posteridad lo estuviera observando para sustantivar en qué consiste modelar el universo.

He tenido un día un poco liado, pero propicio para el libre pensar; así que mientras resolvía los quehaceres obligados he ido recapacitando sobre lo que comentaba ayer mismo, llegando a la conclusión de que se nos escapa algo en cuanto a la correcta percepción de lo que ocurre en nuestro mundillo, porque acercase como Dios manda a él pasa inexcusablemente por valorar en su justa medida lo que llega hasta nosotros gracias a la televisión, y hete aquí que nadie menciona la importancia que tiene la mano del regidor, del tipo o tipa que elige las secuencias adecuadas y establece y contextualiza el tono de lo que vemos a través de la caja tonta cada domingo que toca.

Por suerte cursé Audovisuales en segundo de carrera, y aunque materialicé mis rudimentarios conocimientos en algunos ejercicios de animación y video que descansan en el baúl de los recuerdos, el esfuerzo me sirvió para comprender de qué iba la cosa ésta de encandilar a través de las imágenes en movimiento, y para denunciar públicamente ahora mismo que las retransmisiones de nuestro deporte adolecen de una falta de intencionalidad creativa e informativa que pone los pelos de punta, por previsible y cutre.

Obviamente, la culpa, esta vez, es de Bernie y su puñetera manía de ahorrar en el chocolate del loro, y que conste que no estoy pidiendo que detrás de lo que vemos ande un Cameron, un Scorsese o un Almodóvar, ni siquiera un Tony Scott, pero sí alguien que entienda qué coño es lo que realmente interesa, porque si la cosa pasa inevitablemente por seguir al que lleva la cabeza de la carrera o los que le siguen, no es extraño que se duerma un rebaño de ovejas, ya que la sustancia del espectáculo está en peleas menos mediáticas pero tan importantes como la disputa por el primer puesto. Como las que protagonizaron el domingo pasado Pedro Martínez de la Rosa y Kamui Kobayashi, o Rubens Barrichello y Heikki Kovalainen, por poner dos ejemplos a mano.

Vale que sí, que los pit-stop son importantes, y el tiempo que llevan, y lo otro y lo de más allá, pero más lo son esas pequeñas hazañas que las retransmisiones del ciclismo enaltecen y que en la F1 también se dan, aunque pasan totalmente desapercibidas porque el manús que maneja el cotarro no tiene ni puñetera idea de que el aficionado a este deporte disfruta también con los rifirrafes por el nonagésimo puesto, es un decir, o con las evoluciones de ese tipo que lucha a brazo partido consigo mismo por mantener una última posición que nadie le disputa, contra el crono, a pelo…

¡Coño!, que no hay derecho que cuando hay pelea sobre el asfalto te metan un plano de lo contentos que andan en el garaje de una escudería puntera, o el del careto del abuelo del que se supone supremo protagonista, o que la realización se pasee por las curvas de la novia del que va a subirse al tercer peldaño del podio o se quede pasmado enseñando lo bonito que queda la zapatilla de un mecánico...

No es de recibo lo que pasa, no. Y si Bernie no se apea de tan rácana compresión de lo que interesa realmente, habrá que comenzar a exigir que embadurnen de brea al cameraman y le den fuego junto al reglamento de la FIA y la madre que parió al imbécil que sancionó los dobles difusores y el resto de artimañas que prosperan en el negocio… Pero a Pamplinas que me lo respeten, por favor lo pido, que en casa es sagrado.