Noches de Efferalgan y rosas

Gran Bretaña anda pesadita con eso de que la temporada ha comenzado muy aburrida, y la cosa ha cuajado en nuestra amada patria gracias a la falta de recursos de los que hasta hace nada presagiaban el naufragio de Fernando Alonso porque llegaba caperucita feroz, el ocaso de Fernando Alonso porque compartía casa con Felipe Massa, o el desastre de Fernando Alonso por vete a saber qué mal augurio…

A la vuelta de la que montaba el mismo Financial Times que no vio la crisis hasta que había devorado medio Wall Street, pero que se sintió recientemente con ganas de predecir infaustos futuros para las dos democracias con tintes sociales que sobreviven en Europa (lo siento, la inglesa no se la cree nadie), Gran Bretaña dice que se aburre en esto de la F1 cuando el año pasado disfrutaba como una loca con el truño de campeonato que dibujaron Ross Brawn y Max Mosley a cuenta de la supremacía torticera de los dobles difusores sobre un escenario supuestamente equitativo, que se volvía agua de borrajas desde la primera carrera, Australia, para más señas.

No es nuevo, los lebreles de Su Majestad británica se aburren y aquí nos aburrimos doble, por lo manido y artificial de su sentimiento, y por lo que tenemos que aguantar. Y que conste que me había propuesto hablar de Robert Kubica, aunque luego me lo he pensado mejor, dejándolo para mañana y decidiendo meterme en la cama temprano, pero más tarde he rectificado tan cobarde comportamiento para levantarme porque me ha venido a la cabeza una anécdota que no sé si os he contado pero que me ha animado a ponerme al teclado y que viene que ni pintada a colación de un comentario surgido en una de las entradas anteriores a ésta.

Corrían los años en que yo cursaba cuarto de Bellas Artes y se nos brindó la oportunidad de participar en una liguilla de futbito que patrocinaba la Universidad del País Vasco por aquello de favorecer que hiciéramos algo de deporte, y allí que nos presentamos con un equipo de élite compuesto por uno de los mejores paisajistas bajo los palos (¡qué nubes pintaba Vicente!), dos bibliotecarios (uno de nómina y otro becario, yo) en la defensa, un artista conceptual repartiendo el juego desde la zona media, un surrealista y otro pop cubriendo las bandas, y una delantera que descansaba en las espaldas de un escultor figurativo. Nuestro mejor resultado fue un miserable 0 a 7 frente a Exactas, y porque jugábamos en casa; los peores, un 19 a 2 frente a Ingenieros. en campo contrario; y un 0 a 23 frente a Económicas (en casa de nuevo).

Lo de menos fueron los sucesivos varapalos que no mermaban ni tanto así nuestra ferocidad combativa ni por supuesto nuestra moral, lo importante era cómo nos lo pasábamos y la cara que ponían nuestros adversarios ante nuestra forma de encarar las derrotas… ¡Qué tiempos, por Dios!

Y aquí quería llegar yo, porque los mismos que han intentado desde tiempo secular apropiarse del contenido de la F1 a cuenta del fair play, siguen empeñados en que veamos nuestro deporte bajo su exclusiva óptica, y si no tragamos, como es el caso, patalean y se revuelven como posesos inventando mil y una excusas que no llevan a ningún sitio. ¿Dos paradas? ¿Para qué?, si lo que sucede es que no hay manera de meter el morro para conseguir un rebufo limpio y Bridgestone sigue imponiendo un monopolio idiota con la elección de sus gomas… ¿Un nuevo cambio de normativa? ¿Para qué?, con lo sencillo que resulta asumir que en el deporte también hay que saber perder… Pues eso.