La mala fortuna

No resulta muy complicado imaginar lo que sintió Sebastian cuando creyendo que tenía ante sí un hermoso trayecto hacia el triunfo se encontró con que fallaba el encendido de una de sus bujías, o que el escape tenía una fisura, o lo que fuera que daba al traste con sus expectativas y le devolvía al crudo suelo del que creyó por un momento poder escapar.

Tiene veintipocos años y mucho terreno por delante… ¡Y una mierda! Tengo cincuenta y sé lo que duele quedarse en blanco cuando te las prometías felices y tienes que doblar la rodilla para comenzar de nuevo porque algo que no tenías previsto, simplemente sucede.

Sebastian dispone de una madurez que no le cabe en el cuerpo y ayer la aquilataba de nuevo sobre el asfalto de Bahrein. No se trató sólo de cómo gestionó una carrera que comenzó con soltura y decisión, y que transcurrió bajo su dominio durante algo más de la mitad de la prueba, con dos tiburones rojos a la espalda, hasta que el RS27 dijo basta.

El desafortunado incidente desencadenó el desandar el camino andado desde la calificación magistral del sábado, el ceder terreno porque no cabía otra, el rendirse ante Fernando, ante Felipe, ante Lewis, ante la evidencia, ante el deshaucio o el expolio, y también el sobreponerse al naufragio para evitar que le diera caza Nico Rosberg sobre su Mercedes, aprovechando la momentánea recuperación del propulsor francés y sus propias ganas de sobrevivir a su sentencia. Lo hizo bien el alemán, de maravilla, pero le faltó la suerte necesaria, esa pizca de fortuna, tan esquiva a veces, que dejó de creer en él cuando la carrera había cruzado el ecuador, y es que Sebastian pendía ayer domingo de un hilo, como una miserable marioneta… Y si en otros tal circunstancia habría supuesto un completo desastre, en Seb vino a significar el destello de una fortaleza que para sí quisieran gentes más viejas, pues lejos de desfallecer o dejarse mecer por los abundantes cantos de sirena que aconsejan en semejantes lides meterse en el garaje o ceñirse a una escapatoria para dejar pasar la derrota a la espera de una nueva oportunidad, le animó a vender caro el pellejo con ingenuidad juvenil, mientras rebañaba unos puntos para su equipo sin saber si al final del campeonato servirán de algo o de nada.

¿Habría ganado de no haber sufrido el problema? ¿Habría aguantado a Fernando y a Felipe? ¡Qué más da! Sebastian nos regaló sobre el trazado de Sakhir una lección de pundonor y profesionalidad que vale por una victoria, enfrentándose a la mala suerte con entereza y la cabeza bien alta, porque si vienen mal dadas hay que mostrar aplomo y confianza o se marcha uno por donde ha venido. Y si la fortuna no es tu amiga, lo mejor es demostrarle que ha metido la pata, para que aprenda.