martes, 24 de junio de 2025

A solas contigo


Me comentan que la criatura de Frankenstein también sufrió Síndrome del Impostor. A ver, no es un asunto que me haya quitado el sueño ni antes ni ahora, y eso que la narración de Mary Shelley es una de mis preferidas, pero, lo admito, no había pensado que el engendro pudiese albergar un sentimiento de culpabilidad que le hiciese dudar de sus méritos. 

Desde luego, uno no llega a la categoría de monstruo así como así, y si por un azar lo logra, obviamente tienen que quedar un montón de interrogantes por resolver. 

Era un tipo listo, en esto podemos coincidir, creo. 

Fue hasta la última página, siempre a mi modo de ver, un bebé encerrado en el cuerpo parcheado de un adulto, que tuvo que buscarse las alubias y hacerse la Primaria como Dios le dio a entender y en un tiempo récord, porque, sin comerlo ni beberlo, le había despertado un rayo y su creador lo abandonó después en una gasolinera, como algunos malnacidos abandonan a sus mascotas con una cuerda atada al cuello y una bolsita con juguetes como únicas pertenencias. Mucho arrepentimiento, mucho remordimiento y mucha retórica gótica, pero Herr Victor Frankenstein dejaba muchísimo que desear, y esto es un fact, que dicen los ingleses. 

En fin, no sé si sabes que hay una escultura dedicada al esperpento en Ginebra, que viajó hace unos años a Zaragoza antes de continuar viaje para terminar volviendo a Suiza. Daba penita verlo congelado en bronce. Bueno, da pena verlo siempre salvo en Young Frankenstein, para qué vamos a andarnos con rodeos...

Salvando las distancias, Nürbu tiene algo de Moderno Prometeo y no las tengo todas conmigo. Sé, por ejemplo, que el día menos pensado se rebelará o se pondrá impertinente, o me pedirá que le rinda cuentas y me exigirá respuestas y responsabilidades, aunque ambos sepamos de sobra que me incorporé a la historia cuando él ya estaba perdido y la turba lo buscaba con teas y horcas de labranza para acabar con él dentro del molino.

La criatura y Nürbu han soñado siempre con llegar a Ítaca, yo también, imagino, como Ulises, cada uno de nosotros a su manera y por diferente ruta, aunque Kavákis insinúa en su poema que a lo peor no es una isla generosa porque el auténtico tesoro está en el viaje que es necesario hacer hasta alcanzar sus costas. Nos hace fuertes y humanos, también más sensibles, soñadores y experimentados, más sabios, en una palabra. Recostado en el asiento del copiloto hago como que echo una cabezadita pero te observo disimuladamente por debajo del ala del sombrero, acariciando con la mirada tus hombros y brazos desnudos, fijándome en cómo tus manos sujetan delicadamente el volante, cambian de marcha y guían el auto por las entrañas del Nordschleife mientras el aire tibio del atardecer juega con el cabello que no cubre tu pañuelo. 

Un Alfa Spider del ochenta y tres; tú con un vestido estampado de tirantes y unas Manhattan a lo Audrey Hepburn protegiendo tus ojos, yo discretamente a tu lado, a solas contigo, sin querer pensarlo demasiado...

No hay comentarios: