domingo, 15 de diciembre de 2024

La guerra no es aquí


No creo que sea preocupante, pero anoche me acosté reflexivo y hoy me he despertado reflexivo también...

En fin, con la que está cayendo ahí fuera a cuenta del estado actual del periodismo, me intriga sobremanera por qué en motorsport preferimos cerrar los ojos a una realidad que también nos afecta, siquiera por simple cálculo de probabilidades. No es oro todo lo que reluce en cuanto a información deportiva y no hay más que acercarse a Argentina o México en estos instantes, para comprobar de primera mano cómo está zurrando la turba, el gentío, vaya, a determinado tipo de expertos que apuraron demasiado la frenada y han vivido de vender burras que ni siquiera estaban para salir del corral.

Contrariamente a lo que pensamos en nuestro querido país, el azote de la mala praxis y el triste ejercer de vendidos de mierda no es exclusivo de hispanoamérica, ya nos gustaría; en los USA y la vieja Europa también se dispone de dignísimos representantes de esta calaña de personajes, y en el Reino Unido abundan, y desde luego en España.

Por suerte —para vosotros, supongo—, me hice fuerte en Nürbu metiendo muy temprano el dedo en el culete de estos individuos que van por la vida con derecho a púlpito y a que nadie les replique la homilía desde el patio de butacas. Tampoco he hecho muchos amigos, la verdad, aunque, casi 18 años después, tengo que admitir que la aventura ha colmado con creces el esfuerzo invertido.

Bueno, empezamos a ver, por evitarse el disgusto, imagino, a quien alardea en público de uno de los papeles con menor valor del mercado: el bendito título de Periodismo...

Me gustaría escribir lo contrario, pero como he contado tantas y tantas veces, la profesión se ha cavado su propia tumba, primero de todo bajando a mínimos el listón de la autoexigencia; segundo, permitiendo que cuatro julais que pisaban paddock o línea de boxes, se consideraran cronistas a pie de trinchera; y tercero, y no menos importante, dando categoría periodística a cuanta chorrada se vertía en redes sociales porque lo clave era ser el primero en decirlo y obtener más rápido que nadie el todosanto clic del usuario.

El daño resulta irreparable, y siento decirlo, pero el periodismo F1 es tan pobre y está tan influenciado por intereses ajenos al propio deporte, que aquí todo el mundo se siente reportero de guerra y ha oído silbar las balas, sin excepción, aunque sus fuentes sean las mismas: otros fingidos reporteros de guerra que han escuchado pasar las balas por encima de sus cabecitas locas, sobre todo después de haber tomado el tercer gin tonic.

Existen buenos profesionales —siempre os lo recuerdo—. Hay que buscarlos pues cada día son menos, pero sigue siendo gratificante leerlos o escucharlos ya que el criterio no es cosa de un día o dos, aunque caerán en combate, como si lo viera, fundamentalmente porque lo rentable hoy en día es lo otro.

Estos resistentes seguro que han leído El director de David Jiménez o Cada mesa un Vietnam de Enric González. Podría señalaros más textos, aunque todos ellos lleven a La guerra de todos nosotros del impagable Manu Leguineche, un ejercicio de pundonor, honestidad y compromiso con la verdad y el oficio, escrito por un gigante que venía del Derecho y la Filosofía, que sin ser periodista titulado fue sin embargo maestro de periodistas. En las páginas de este último libro que acabo de citar, perfila a Sean Leslie Flynn, fotorreportero de guerra e hijo de Errol Flynn, que fue engullido por el conflicto vietnamita pero quedó encarnado el papel que interpretó Dennis Hopper en Apocalypse Now.

La guerra era entonces, hoy sólo quedan figuritas de Belén Viviente que fingen jugarse el pellejo aunque nunca hagan las preguntas correctas ni indaguen en la cara oculta de la luna, por lo de las balas que silban cerca y el pase que te pueden retirar la FIA o Liberty si no te portas bien, no vayáis a pensar mal.

Os leo.

No hay comentarios: