A pesar de que un alma caritativa me advirtió el lunes de que esto iba de HP [I've gotta be me], yo seguía con Chinetti, NART y Surtees en México 64, hasta que el septuagésimo aniversario de Ferrari en Norteamérica me ha dado un susto del demonio.
No se trata de que se haya roto la magia del rosso —para hacer tortilla también hay que romper huevos, y pasa en las mejores familias—, sino la manera en que se ha hecho. ¡Por Dios!, había mil formas para haberlo resuelto sin producir un asombro y perplejidad tan mayúsculos, porque, admitámoslo, la cosa ha quedado bastante ramplona, y fea, añado. Dicen que una buena decoración no aporta décimas extra al rendimiento del monoplaza, pero viendo el esmero con que se ha tomado Maranello el asunto, ya he encendido unas cuantas velas para que le vaya bien a La Scuderia en Miami, que sé que me entendéis.
Os leo.
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