Hay pocas cosas más gratificantes para el ser humano que coger el sueño cuando el cuerpo lo pide, pero en Le Mans todo es estado de vigilia, incluso cuando los componentes de los equipos hacen que descansan.
Prestos a saltar como resortes a la mínima orden, los integrantes de este ejército de hormigas que se arremolina alrededor de cada coche que compite, saben de sobra lo que es dormir con un ojo abierto y el otro cerrado. Pase lo que pase, su mayor riesgo consiste en que un compañero con ganas de jarana les haga una barrabasada, les ponga encima un muñeco de trapo e inmortalice el instante, les pinte la cara con rotulador, les cuelgue del cuello un cartel con mensaje incisivo o gracioso... Parece asumible.
Las 24 Horas dan también para bajar la guardia con la intención de reponer fuerzas y ánimo para encarar luego la enorme presión a la que se ven sometidos los mecánicos, por eso no usan orinal ni pijama y duermen incluso con el casco puesto.
Recostados, en los brazos de Morfeo, huyendo como pueden del ruido y las luces del box, también trabajan.
La recuperación de la energía perdida a lo largo del día, supone un esfuerzo que la escudería les abona en la nómina. Cualquier fragmento de descanso es bien recibido, por minúsculo que sea, a cualquier hora.
Estar listos, preparados para deshacer y volver a montar el coche, para sustituir un eje trasero completo, para reponer un cableado, para localizar una avería que juega al escondite, llenar el tanque de combustible o cambiar las gomas del vehículo, es una tarea exigente que parece fácil, que los mecánicos convierten en sencilla, mejor dicho, porque ellos mejor que nadie, saben que es preferible soñar sueños de zumbidos y de neón, que exponerse a meter la pata cuando se les necesita.
No me cansaré de repetirlo: si el motorsport es siempre una labor de equipo, es en pruebas como las 24 Horas de Le Mans donde la frase cobra mayor sentido. Uno para todos y todos para uno, incluso cuando el cuerpo pide tregua. A veces parece que duermen, pero se lo están currando, exprimiendo hasta las últimas consecuencias eso de aprovechar el minutito.
¿Habéis olvidado aquellas noches en las que el bebé tenía fiebre, las pasadas en un hospital velando a un enfermo o en casa esperando a que volviera el hijo adolescente...? ¿Recordáis qué cuerpo teníais cuando llegábais al trabajo después de haber fragmentado la noche en quince o veinte episodios distintos...?
Os leo.
Recostados, en los brazos de Morfeo, huyendo como pueden del ruido y las luces del box, también trabajan.
La recuperación de la energía perdida a lo largo del día, supone un esfuerzo que la escudería les abona en la nómina. Cualquier fragmento de descanso es bien recibido, por minúsculo que sea, a cualquier hora.
Estar listos, preparados para deshacer y volver a montar el coche, para sustituir un eje trasero completo, para reponer un cableado, para localizar una avería que juega al escondite, llenar el tanque de combustible o cambiar las gomas del vehículo, es una tarea exigente que parece fácil, que los mecánicos convierten en sencilla, mejor dicho, porque ellos mejor que nadie, saben que es preferible soñar sueños de zumbidos y de neón, que exponerse a meter la pata cuando se les necesita.
No me cansaré de repetirlo: si el motorsport es siempre una labor de equipo, es en pruebas como las 24 Horas de Le Mans donde la frase cobra mayor sentido. Uno para todos y todos para uno, incluso cuando el cuerpo pide tregua. A veces parece que duermen, pero se lo están currando, exprimiendo hasta las últimas consecuencias eso de aprovechar el minutito.
¿Habéis olvidado aquellas noches en las que el bebé tenía fiebre, las pasadas en un hospital velando a un enfermo o en casa esperando a que volviera el hijo adolescente...? ¿Recordáis qué cuerpo teníais cuando llegábais al trabajo después de haber fragmentado la noche en quince o veinte episodios distintos...?
Os leo.
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