Hoy el diablo ha sido injusto conmigo. Me ha reclamado que he tenido un día de esos de los míos, recordándome que ambos somos mayorcitos pero olvidando que lleva un mes insoportable y que cuando se ha hecho necesario entenderle a él, me ha tenido paciente a su lado incluso bajo las peores inclemencias. No logro quitarme de los retrovisores al Kaiser, ni los últimos tropiezos ni esas cosas que el diablo no sabe y yo sí, ni por supuesto ese temor que me envenena cada mañana cuando me levanto y me quito de encima con el primer café del día para que vuelva durante el almuerzo y retorne una vez más, otra, a tomar chocolate conmigo a la hora del té o para acostarse a mi lado en el instante en que cierro los ojos soñando que habrá un nuevo día.
Michael en estos momentos se debate entre la vida y la muerte, y ahora que las redes acusan recibo de ese malestar que dicta medir los caracteres y abusar de la prudencia, siento que toca hacer de bardo una vez más poniendo al mal tiempo buena cara, ésta, a pesar de mi manifiesta desgana, así que permitidme que suene hoy distinto porque el laúd está frío, mis dedos entumecidos, y no sé siquiera si me saldrán las palabras.
Schumacher, pienso, es menos él, ahora que permanece ajeno al mundo en una cama, que Mick, su chaval, quien seguramente está posando los pies en el suelo sin llegar a entender qué ha sucedido. El crío seguramente fue quien le vio primero tendido en el suelo; quien esperó a que los refuerzos llegaran; quien asumió en pole position que la cosa pintaba fea; quien sufrió pánico sin duda y bebió las primeras palabras del Kaiser tras el accidente, cuando rendido en el suelo, éste, intuyo, su héroe, quien acostumbra a leerle historias o contar batallas por las noches, a recriminarle las malas notas o las anotaciones en la libreta o a felicitarle cuando lo merece, le pidió que se tranquilizara y buscara ayuda (qué padre no lo haría); quien en definitiva realizó el trabajo más sucio de esta historia: socorrer al caído, superar su propio miedo, agarrar la mano de quien lo necesitaba cuando apenas había nadie cerca ni nada que hacer salvo esperar pacientemente a que llegase el séptimo de caballería en helicóptero.
El pequeño Mick no vende, vende su progenitor y por eso ni se menciona en los medios a una criatura de 14 años que acaba de saldar su deuda con la adolescencia para convertirse en adulto de un golpe certero en la nuca que no le deseo ni al peor de mis enemigos. Mick no es Jacques en el funeral de su padre, es un testigo de cargo que está pasando desapercibido porque el entorno de Michael le protege como una muralla, pero estaba ahí, él, un chiquillo que a estas horas estará intentando digerir qué coño ha pasado para que su mundo se haya desplomado y cambiado tanto en una miserable fracción de segundo.
Él no sabe que la imperdonable traición de Michael a Ferrari cuando decidió pasarse a Mercedes, había sido cerrada por los tifosi como si no hubiera sucedido nunca, que aunque Montezemolo no haya encontrado hueco en su agenda para acercarse a Grenoble, toda la afición rossa esta rezando ahora mismo ¡Forza, forza, forza. Michael, forza!, porque su padre formará parte de La Scuderia por siempre jamás y La Scuderia responde como ha respondido siempre: cerrando filas alrededor de los suyos.
El diablo y yo hemos discutido. La vida y yo nos hemos enfadado, pero os leo.
El diablo y yo hemos discutido. La vida y yo nos hemos enfadado, pero os leo.
3 comentarios:
Hoy hay un leve marco de esperanza. Las noticias de Grenoble son escasas pero un poquito más tranquilizadoras. Creo que todos estamos con Michael y que tus escritos, Jose, son hermosos y humanos a la vez.
Michael se accidentó el día del aniverssario de mi madre; y Michael cumple años el día del cumpleaños de mi madre. Seguro que ella también se acuerda un poquito y le pide al Señor para que ese chiquillo de 14 años pueda seguir jugando con su padre.
A pesar de las circunstancias, os deseo Feliz Año 2014 a todos.
Venga cabrón, que esta la ganas
Llegan noticias de que ya va ganando...
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