El mundo es para pensárselo. Si Olli Rehn aparece en pantalla para
solicitar que nos ahoguen un poco más y al cabo sale del bosque del lobo
Rajoy para gritar aquello de ¡no pasarán!, es que alguien está
haciendo de poli malo para que el bueno continúe con el tercer grado. Si
el señor Obama afirma que se ha llegado a un buen acuerdo con el
protervo Irán, conviene que comencemos a mirar el cielo, no sea que los
drones nos pillen en calzoncillos, o bragas, si es el caso. Si la
ministra Bañez parece desparecida en combate y dan la cara en televisión
los de las cifras macroeconómicas, sin duda es momento para ir buscando
el tubo de vaselina. Si la televisión nacional era la única herencia
buena que dejó nuestro añorado Schumacher patrio y el gobierno de los
preparados y engominados la ha convertido en su corralito… ¡Ay, Dios!
Bernie sabe de estas cosas de insinuar que da con la mano derecha
mientras la siniestra nos roba la cartera. Interlagos es su caramelo
para que se nos olvide el aceite de ricino que nos han servido como
condimento imprescindible en el calendario. Si Ferrari saca pecho en
Brasil, incluso Montezemolo se atreve a dar una entrevista para
aclararnos qué ha pasado cuando no se le veía el pelo; si Webber firma
una buena carrera, a todos se nos olvida que ha ejercido de don Pupas en
la temporada. El mundo es para pensárselo, no una, sino dos veces. Sao
Paulo es un sortilegio que todo lo cura, las heridas superficiales y las
brechas más profundas. ¡Sana, sana, culito de rana…!
El domingo pasado faltaba la novia.
Irrespetuosa, indómita, la chica de la película había decidido pasar
olímpicamente del sarao de la boda. A ella qué coño le importaba si los
aficionados ya tenemos Rush para babear con una épica que ni oleremos en lo que nos resta de vida.
La actualidad blinda el pasado y lo aprisiona entre las 2 de la tarde
y las 4 de un día que podría haber sido otro, uno anterior u otro
posterior, qué más da, para servírnoslo frío, macerado y desdibujado
para que discutamos sobre 2013 como si en vez de 19 pruebas sólo hubiese
existido una: Brasil.
Brasil, el epicentro, el norte y la luna; el caramelo, aunque la novia no llega.
El sábado, Charlie (Whiting), previendo un desastre como el ocurrido
en 2012, nos mantuvo en vela postergando el inicio de la Q3 para que el
señor Vettel tuviera menos probabilidades de partir al día siguiente
errabundo, desganado, quién sabe si en la tercera o cuarta plaza. Pero
Seb va espabilando y cada año que pasa mejora, total, que con una pista
casi peor que cuando se había dejado en impass, es un decir, el alemán se calzaba de nuevo la pole permitiendo respirar tranquilos desde a Bernie al último mono de la parrilla.
Pero la novia, como en las novelas de Hércules Poirot, no estaba por
la labor de hacer acto de presencia porque es la única que se sabe el
secreto. Si le ponen catorce colchones con un guisante entre el
duodécimo y el decimotercero, ella lo detecta. Si su príncipe azul se
disfraza de lobo, ella perfiere al cánido maloliente antes que al
humano. Si la besan para despertarla de su sueño eterno, ella rezonga,
se pone tierna luego, y después de propinar un buen directo a la
mandíbula a quien ha osado perturbar su descanso, se duerme de nuevo y
ronronea placentera.
Kimi es la metáfora. Kimi es Rush, eso que decimos amar de la Fórmula 1 porque nos queda lejos, muy lejos, demasiado lejos. Iceman
es la novia perfecta porque en el fondo es la esencia, la chica que
escupiría en la cara a Sebastian porque el anillo de bodas ni es de 24
kilates ni huele a whisky. Raikkonen faltaba en Interlagos y
Brasil no le ha metido en la foto de la temporada, pero está ahí,
suponiendo el contrapunto ideal, llegando tarde, donde ha estado
siempre.
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