Parece que fue ayer cuando Sebastian se mostraba ingenuamente atento en el cockpit del
BMW Sauber de Kubica, pero han pasado ya seis años y unos meses en los
que el niño ha desaparecido para dejar paso a un individuo que más joven
que otros de los muchos que han abundado en las parrillas del Mundial
de Pilotos, ha llegado a lo más alto del Olimpo.
Independientemente de que me guste más el café que el té, como hago
todos los años por las mismas fechas acostumbro a dedicar unas líneas al
vigente campeón del mundo porque dicen que hay que ser deportivo,
aunque maldita la gracia que me hace verme en la obligación de mostrarme
deportivo precisamente con un piloto que se ha beneficiado de una
escudería que se pasa la deportividad por el forro de los aquellos.
No me lo toméis a mal. Así lo siento y
así lo expreso a pesar de que lo políticamente correcto, sea plegarse en
la actualidad al menú precocinado que acostumbra a servirnos siempre
estofado enlatado, pero en cuyo envase puede verse hoy a Senna y mañana a
Fangio según sean los aires del márketing que soplen, porque sin ellos
en la etiqueta el contenido no resultaría identificable.
Identidad, eso es lo que le he pedido siempre a Vettel, ese cúmulo de
peculiaridades que convierten a un piloto en un tipo reconocible a
todas horas, así vaya en un misil o en un tractor. Y lo cierto es que
por no amargaros la tarde con metralla innecesaria, me ido a buscar
aquel crío en el que creí, cuando obviamente creía en él, al principio
de los tiempos o casi, cuando aún no le habían convertido a su vez en la
etiqueta de Red Bull como escudería y Sebastian avanzaba con pasos de
gigante en su carrera profesional, con serias posibilidades de labrar su
nombre entre los grandes sin necesidad de que un vehículo o un equipo
lo eclipsaran.
Puesto que hay quienes admiten que su monoplaza no deja ver sus
aptitudes y quienes supeditan su triunfo como conductor a la oración equipo+coche+piloto,
me pregunto si no llevaremos algo de razón los que sin menoscabar su
incuestionable calidad, como Alain Prost o Jackie Stewart preferiríamos
verle sobre otra montura distinta o en otra escudería diferente, antes
de decantar el fiel de nuestra balanza a un lado u otro.
Hoy ha vuelto a ocurrir en Interlagos. Sebastian, por la razón que sea, no llega
a una parte de la afición a la Fórmula 1. En unos sitios le fríen a
silbidos y en otros le abuchean o le rodean de silencio, y salvo sus
incondicionales, quien más y quien menos querría verle en otras
circunstancias. Lo que me lleva a interrogar si hay alguien que piense
sinceramente en que si Sebastian no existiera o condujera en otro
equipo, el éxito rotundo de Red Bull habría peligrado en estos últimos
cuatro años… Yo no lo creo.
Sea como fuere, Seb es desde hoy y hasta el año que viene más o menos
por noviembre, el actual campeón del mundo. Es también el tetracampeón
más joven de la historia y un piloto como he dicho tantas veces:
sobresaliente, pero sobre todo es ese chiquillo de la imagen que abre
esta entrada, un tipo en todo caso, que no se merece los tiempos que le
están tocando vivir porque mal que les pese a algunos, esta temporada ha
sido el RB9 el que no nos ha dejado sus enormes cualidades, como en la
anterior fue el RB8 y en las que antecedían a ésta, el RB6 y RB7.
En el RB5 pudimos verle, ahí creo que coincidimos todos. Conduciendo,
sufriendo, disfrutando, ganando y perdiendo, al igual que le vimos
sobre aquel Toro Rosso con el que firmó su primera victoria en Monza
tras haber pasado un comienzo de sesión para olvidar, y por supuesto
sobre el BMW Sauber de Robert, cuando él no etiquetaba sus monoplazas
con nombres marranillos y desde luego, mucho antes de que Red
Bull comenzara a etiquetarle a él para que nadie repare en lo sucias que
pueden estar las enaguas del equipo.
Sé que wild child volverá en cualquier momento y lo que menos
me importa es que lo haga sin batir récords o acumular campeonatos, al
estilo de Lewis Hamilton, sólo espero que sea pronto. Por él, por
nosotros y por el futuro de un deporte en el que hoy por hoy se
cuestiona a un campeón del mundo.
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