Paul Rochard Hembery

Hoy hay una persona que ha mudado de aspecto facial para convertirse en un enigma engabardinado y con sombrero que devuelve preguntas a quien le pregunta, que propone interrogantes a quien le interroga, en definitiva, que debería haber dimitido pero pedirá que dimita a quien se lo insinúe siquiera.

Es tarde y estoy dinamitado por dentro y por fuera. Cansadiño, que diría aquél. Pero no quiero meterme en la cama sin antes haber visitado a este fantasma del que estoy hablando, capaz él solito de haber obrado el milagro de que este deporte que tantas veces ha pasado por ser anglosajón de pura cepa a pesar de su raíz eminentemente francesa, sea hoy una casa de citas alemana en la que nadie sabe nada pero todos saben algo, en la que no cabe hacer preguntas porque te las devolverán a la cara como salibazos.

Cómo hemos llegado tan bajo que a los pilotos a los que se les pedía que gestionaran y entendieran las gomas de sus vehículos mientras las utilizaban como quien camina sobre huevos —¡qué razón llevaba el kaiser!—, a quienes se les criticaba por ser unos perfectos nenazas que no comprendían que desde que el mundo es mundo, los conductores de bólidos han tenido el deber de adaptarse a los compuestos en vez de exprimirlos hasta sus últimas consecuencias, esta tarde, en el santuario de Silverstone, se les ha exigido además que no pisen los pianos de las curvas, por fa.

Sabíamos de sobra que el espectáculo que buscan los desgarramantas que dirigen la cosa, consistía en unas pastillitas azules y abundante silicona con algo de alcohol. Conocíamos de sobra que cuanto más lento va un piloto mejores récords obtiene y más se le alaba, siempre y cuando cuide y entienda las gomas de su vehículo. Descubrimos hace tiempo que a nuestros héroes los clavaron con chinchetas en un corcho para que veamos en ellos, cuando repasamos los pasillos de nuestra historia, la belleza intrínseca de todo esto. Y hoy tenemos la certeza de por qué las preguntas nunca obtienen respuesta, que la culpa es de Jerez o de Montmeló o del frío que pela; que es el circuito el que no se adapta a los compuestos; que son las condiciones meteorológicas las que estropean la magia y las previsiones; que todo es perfecto aunque parezca grotescamente imperfecto; que las soluciones pasan por bajar la guardia y aceptar papilla en vez de chuletón de cinta ancha; y lo más importante de todo: que Pirelli acierta siempre, aunque se equivoque…

Por suerte para ellos y para desgracia nuestra, una prueba (en su más amplio sentido, deportivo y probatorio) como la de esta tarde sólo se da una vez en cada glaciación y por eso mismo nadie se imaginaba lo que podía suceder cuando Paul Rochard Hembery hablaba de no querer interferir en la competición. Hoy, por fin tenemos respuestas. Se nos ha caído la venda de los ojos y vemos esa cara que sólo es una mancha que se mueve y se transforma sobre un rostro sin ojos al que no cabe preguntarle nada de nada.

Con vuestro permiso dejo para mañana el repaso de la carrera. Os leo.

[Publicado en Diariomotor]