El recepcionista de un hotel de la Plaza de Santa Ana que frecuentaba cuando bajaba a Madrid, me descubrió una verdad como un campanario de grande. Del norte, como sabéis, me quejé un día de que había dejado Bilbao con lluvia y aterricé en la capital con mal tiempo, y él, originario de tierras secas en el Magreb u Oriente Medio, me explicó que el agua, para ellos, era signo de bonanza y siempre era bien recibida por mucho que durase.
No he vuelto a quejarme jamás de la humedad, de hecho, la saludo más que antes desde entonces, casi como si viviera yo en el desierto y anduviese por él montado en dromedario...
Hace años nos reíamos de Bernie y sus camiones cisterna con aspersores, Todt nos dice ahora que en 2025 estaremos preparados para disputar carreras con lluvia... Todo es recordar o esperar, no hay término medio, pero la ilusión que no nos la quite nadie.
Os leo.
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