martes, 27 de septiembre de 2016

Kintsugi


Cuando estoy alicaído y coincido con Hilly Preston, ambos paseamos juntos con nuestras respectivas manos a la espalda. 

Están los tiempos difíciles —le digo—, y él asiente con la cabeza. Cómo le explicas a alguien cuyo máximo temor consiste en que su móvil se quede sin pila —continúo—, que no hay nada más hermoso en la vida que tomar riesgos y salir ileso. Eso ya lo decía Fangio —vuelve su cara hacia mí mientras suaviza y estira la ge italiana del apellido del Chueco, convirtiéndola en pura poesía—. Sí, lo sé, por eso lo mencionaba —matizo—. Uno de los más grandes pilotos de todos los tiempos se contentaba con seguir vivo, y eso que las tuvo duras... 

Y me dice: ¿Te he contado alguna vez de aquella ocasión en que Moll, el diablo argentino y yo, fuimos presas de la niebla en Hockenheim y ni tanto así aflojamos el acelerador? Creo que sí, Hilly —contesto dejando correr el sedal—, pero no me disgustaría volver a escuchar esa anécdota....

Quien no ha estado roto alguna vez en su vida difícilmente entenderá esta entrada. Hubo un tiempo en que tasábamos nuestro pasado deportivo en costillas, tibias, peronés o vértebras, o húmeros o muñecas fracturadas, incluso en alguna cabeza quebrada, o en cojeras permanentes, o en dificultad para realizar determinado tipo de cosas sine die. Pero lo más lisiado que tenemos en la actualidad es el hueco que dejó Jules, el recuerdo de lo que pudo ser Robert Kubica en la Fórmula 1, y un catecismo que no sirve para lo que se compuso. 

La bisoñez está a la orden del día, y hoy es wow! cualquier memez que tenga que ver con un uy que me salgo de la pista y pierdo tres puestos mientras me recupero, o con un vaya cacharrazo que me he metido antes de hacerme el selfie. El DRS es imprescindible cuando siempre ha sido una mierda porque consiste en que uno ataca en ventaja mientras su presa se defiende coja y manca, y a veces, ciega también.

Preston no lo entiende, ni yo tampoco, y líbreme Dios de insinuar con esto que los avances en seguridad han sido malos, negativos o contraproducentes; pero como decía más arriba, hoy nos hacemos daño con un tuit y la vida no consiste en eso.

Los japoneses cultivan una curiosa forma de melancolía. Reparan sus jarrones y cerámicas resaltando en oro las heridas que han sufrido con el transcurso del tiempo. Dicen que incluso hay quien las rompe a propósito para barnizarlas luego de una épica falsa y lucirlas en casa, dentro de una estantería o sobre el aparador. Llaman a eso kintsugi.

Y mientras pienso en lo complicado que resulta explicarse en un mundo que sientes que ya no te pertenece, recalo en que la generación de pilotos anterior a esta que decimos la nuestra, acumula un récord que jamás volverá a ser batido porque ya no se asumen riesgos como los de antaño, ni la felicidad consiste en seguir vivo para contarlo.

Guy iba primero y Juan Manuel tras él. Yo me mantenía a cierta distancia pero procurando no perderlos de vista. Hockenheim no era entonces como ahora. Apenas había público en el bosque y en algunas zonas, sólo árboles. Y en esto que aparece la niebla y nos engulle y dejo de verlos. ¿Me sigues? Te sigo, Hilly —le digo—, soy capaz de imaginarlo. Continúa...

Os leo.

1 comentario:

Aficionando dijo...

Pura literatura.