When our wings are cut, can we still fly?

Me quedo con aquel 2008 que te debemos todos, Felipe, con aquel abrazo fundido a Fernando en el lodo, meses antes de que la mala fortuna se cruzara contigo en Hungaroring para señalarte como un antes y un después en una tarde que acabó oscura entre neumáticos. Tú, marioneta sin hilos y rota y nosotros, como perfectos idiotas, lamentando la mala suerte de un tipo al que más tarde cubriríamos de salibazos porque jamás hemos llegado a entender que del infierno no se vuelve sino marcado de por vida, herido de Norte a Sur en la espalda, con el Este quebrado y el Oeste perpetuamente difuso como horizonte.

Tenías que haber clavado la rodilla en tierra antes, Felipe. Haber rechazado tanto canto de sirena y haber arreado con los márgenes de tu propia historia, aquella que terminó un 25 de julio de 2009 sobre el circuito magiar donde al coche de Rubens se le desprendió un miserable muelle que se convirtió, por azares del destino, en un proyectil capaz de haberte arrancado la vida cuando liderabas la escudería que hoy te ha dado la espalda aunque te haya dejado que interpretes el salmo de despedida.

Enzo Ferrari, el desalmado, Il Commendatore, jamás te habría permitido volver a conducir uno de sus autos y habrías terminado agradeciéndoselo. Sus héroes formaban parte de su patrimonio y como tales, no consentía que se quemaran como polillas ante una luz que no era otra cosa que prolongación de una muerte largamente anunciada. Hasta en eso has tenido mala suerte, Felipe, mi Felipe, porque la tibieza de Montezemolo sólo ha conseguido que la despedida sea aún más amarga de lo que podría haber sido si te hubieran satisfecho como merecías, en su tiempo y en su forma.

Leal escudero de Michael Schumacher, supiste inmolarte para que Kimi se cerniera sobre el Olimpo en 2007. Y al año siguiente, el que me importa, perdiste el campeonato por un miserable punto y en tu tierra, apostando tus esperanzas a que Lewis no llegara, que llegó. En 2009 te tocó bregar con la peor escuadra rossa que recuerdo, al frente en el ocaso, al frente en la agonía y al frente en la derrota consecutiva, hasta que el muelle del Brawn GP001 número 23 te recordó en Hungría que todo tiene un fin, incluso los poemas mejor escritos. Lo demás, bien lo sabes, ha sido un continuo fundido en negro del que difícilmente podías escapar.

¿Podemos volar cuando nos han cortado las alas? No, tajantemente no, Felipe, y por eso te doy las gracias, mi Felipe, porque hasta en este momento en que se apagan tus luces has sabido ser un hombre de Maranello, rosso, rosso por siempre jamás y allende tus propias fronteras y tus infinitas limitaciones. Generoso a tu manera, en definitiva.

Quedan siete episodios en los que nadie cree pero en los que Noe y yo creemos a pies juntillas. Siete oportunidades para seguir dándote las gracias. Siete, Felipe, siete. Siete ocasiones para que algún cretino que otro te recuerde como el hombre que dio el título a Fernando como se lo diste a Kimi, olvidando que Ferrari, de 2007 a 2009, atendió exclusivamente a tu nombre.

Obrigado, Felipe!