¡La jodimos, tía Paca. Vettel ha vuelto a hacerlo y nadie sabe cómo
ha sido…! Bueno, sí, sí sabemos cómo lo ha conseguido pero quedaría feo
repetirlo si no fuera porque Marina Bay es un trazado de curvas más o
menos lentas, adecuado a los pilotos que gustan meterse en los giros
frenando fuerte a su entrada para que el cabeceo del vehículo origine
que el peso del mismo termine apoyando el tren anterior y facilite por
tanto que el monoplaza tome casi de forma natural el camino hacia la
salida de la curva, como pasa precisamente con Sebastian.
Si a ello sumamos que Pirelli ha endurecido más las carcasas de sus
neumáticos traseros que las de los de los delanteros, facilitando con
ello que la eficacia del tren posterior sea más rentable y que por tanto
los coches neutros se vuelvan subviradores, que los sobreviradores se
tornen neutros y que los subviradores las pasen canutas, obtenemos un
cuadro de subviraje egocéntrico, mayúsculo, casi grotesco, que beneficia
a tipos como Seb, por lo que decíamos antes y porque su RB9 responde al
clásico esquema de monoplaza falso subvirador (¿cuántas veces se ha quejado Mark de que el suyo subviraba demasiado?)
Bien, cabría preguntarse cómo no iba a hacer la pole
el alemán, ¡alma mía!, aunque confieso que tengo los ojos anegados de
lágrimas porque estoy hablando de cosas clásicas y comprensibles para
los aficionados al automovilismo, nada menos que en la era de la magia y
los enigmas. Pero en fin, al tajo, que me distraigo.
Decía más arriba que Singapur es un trazado enfocado al subviraje,
que el RB9 es un coche con trasera dominante y que Sebastian Vettel
sobresale sobre lo humano y lo divino en este tipo de escenarios porque
es un piloto claramente sobrevirador, de frenada abrupta al acercarse al
ápice de la curva para descansar el comportamiento de su herramienta
sobre el ligero latigazo del tren trasero que compensa el traslado de
peso hacia el delantero al perder protagonismo la zaga.
No es nuevo. Pilotos subviradores y sobreviradores ha habido siempre a
lo largo y ancho de la historia de nuestro deporte, aunque es la
primera vez (que recuerde) en que la permisividad de la FIA, el
reglamento técnico y el proveedor de neumáticos, coinciden en ofrecer al
elegido el coche idóneo. Tampoco es que esté mal, entendámonos,
cada cual gasta de lo que posee y la Fórmula 1 moderna tiene estas
cosas, aunque me chasquea bastante que una federación que dice buscar el
espectáculo, un mandamás del negocio que afirma que el espectáculo es
lo que más le interesa, y un suministrador de componentes que como Belén
Esteban con su hija, por el espectáculo mata, hayan consentido
en una situación que sin darse cuenta o en absoluta connivencia, todo
beneficia al tipo que está convirtiendo los Grandes Premios en
auténticos truños por muchos récords que bata.
Pero a lo que iba. Como dije hace unas semanas, esta vez no nos van a
salvar ni Von Newman ni Nash, ni va a haber milagros. Este campeonato, o
lo que queda de él, es un tú a tú entre Fernando y Sebastian, entre
Ferrari y Red Bull, un pulso a dos en el que lo que cuenta es cada nueva
carrera. Toca Singapur y Marina Bay pinta borrasca, pero está Fernando y
con él los que no nos doblegamos a comulgar con ruedas de molino. Los
milagros no existen pero la magia podemos ponerla nosotros sin necesidad
de que nos la sirvan precocinada y mal pasada por el horno microondas.
En esto ha consistido y sigue consistiendo la F1, en creer más allá
de lo que nos cuentan y ver realmente lo que sucede sobre los circuitos.
Quedan un montón de minutos, una carrera, un puñado de razones para
explicar tanto X-files, y sobre todo, nuestra sensación tras un día duro.
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