Veinte días después de la celebración del G.P. de Malasia, con tiempo
más que suficiente como para que las escuderías recondujeran sus
planteamientos iniciales para la temporada, tenía lugar el G.P. de China
sobre el trazado de Shanghai, bajo la sombra amenazante de una falta de
comprensión de los neumáticos Pirelli que se había hecho palpable en
las dos carreras anteriores (Melbourne y Sepang).
Así las cosas, la prueba china iba a ser consecuente con la dinámica
esbozada en Australia y también nos iba a brindar la oportunidad de
asistir al tercer piloto (diferente) que se subía al cajón más alto del
podio en la tercera carrera de la sesión, aunque el aspecto más
deslumbrante iba a ocultar dos elementos cruciales para entender lo que
se nos venía encima. Por un lado, la escenificación del canto del cisne que iba a protagonizar Mercedes AMG, y el cambio de rumbo que iba a tomar Red Bull.
Al respecto de lo primero, los pilotos de
Mercedes iban a copar las dos posiciones iniciales de la parrilla
durante la calificación, a resultas de lo cual, Nico Rosberg,
conseguiría la primera pole y la también primera victoria y
hasta ahora única, de su carrera profesional. En cuanto a lo segundo,
Red Bull había planteado el Gran Premio como una prueba en la cual
evaluar qué camino seguir, para lo que puso en pista dos coches con
algunas diferencias notables, para que fueran conducidos respectivamente
por Mark Webber y Sebastian Vettel. Pero no adelantemos
acontecimientos.
Con una temperatura ambiental bastante fresca que iba a incidir en la supervivencia de las Pirelli sobre un destrozagomas
como el W03 de Mercedes AMG, así como para complicar la vida a sus
rivales inmediatos (sobre todo a McLaren), Rosberg, desde la primera
posición, alcanzaba pronto ese estado de gracia que bendice a los
vehículos que corren sin estrés y con aire limpio alrededor, para
desmarcarse en pos de una victoria que no le iba a disputar nadie, ni
siquiera su compañero, Michael Schumacher, quien se veía obligado a
abandonar en la vuelta 13 tras su paso por boxes, donde se quedaba sin apretar la tuerca de su neumático delantero derecho.
Sobre la incertidumbre del auténtico rendimiento de las gomas, asunto
peliagudo puesto de relieve durante el fin de semana, la carrera se
construía en general sobre tres paradas, con el consiguiente riesgo de
cometer errores en garajes o caer en tráfico a la salida de ellos, lo
que a la postre originó continuas alteraciones en las posiciones que sin
embrago no cambiarían en absoluto el implacable dominio del Mercedes
número 8.
En líneas generales, y como decíamos antes, la elección de neumáticos
de Pirelli mostró una vez más su capacidad para generar espectáculo
incluso en condiciones adversas (temperatura baja en este caso),
llevando a pilotos y máquinas a luchar a brazo partido sobre el asfalto
hasta la práctica terminación del Gran Premio, como quedaría patente en
el caso de los dos McLaren, que dieron buena cuenta del RB8 de Vettel
(desfallecía por momentos precisamente por agotamiento de compuestos), y
quien también se vería superado por su compañero el aussie en la última vuelta.
Rosberg terminaba primero, seguido por Button y Hamilton
respectivamente. Tras ellos se situaba Webber, e inmediatamente detrás,
Vettel. A la cola del alemán se colocaban Grosjean, Senna y Maldonado,
quienes llegaban a meta delante Alonso (incapaz de doblegar al
venezolano de Williams) y de Kobayashi, éste último cerrando la zona de
puntos.
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