Il Mantovano volante es una de esas figuras de nuestro deporte que parece ser conocida por todos y de las que poco queda por decir, no obstante, volúmenes como el que apuntamos esta mañana nos permiten entrever que las vigas que dibujan el armazón de la historia de Tazio Nuvolari siguen dejando espacio para numerosos matices con sus correspondientes luces y sombras.
Escrito por el periodista transalpino Pino Casamassima, Tazio Nuvolari: Le vittorie, il coraggio, il dolore (Baldini+Castoldi, dentro de su colección La nave di Teseo, noviembre de 2020), no supone a priori una novedad al respecto de lo expuesto en el párrafo inicial, aunque, a la postre, termina siendo un bonito viaje por las peripecias que convirtieron al joven inquieto de Castel D'Ario en una de las leyendas más sólidas del automovilismo deportivo de todos los tiempos, desde sus inicios en moto hasta su retirada la misma temporada en que comenzaba el primer Mundial F1 FIA (1950), y por supuesto, su fallecimiento en 1953 a causa de las dolencias pulmonares que le impidieron desenvolverse con naturalidad al volante durante sus últimos años en activo.
Virtuoso sobre cualquier tipo de vehículo, Tazio destacó siempre por su comprensión de la herramienta que llevaba entre manos y por la afinidad mostrada con cuantos mecánicos lo rodeaban. Amable, carismático, educado y respetuoso, en el habitáculo se transformaba en un derroche de energía que no se contentaba con competir sino que ansiaba ganar, para lo cuál, daba rienda suelta a su intuición y creatividad, capacidad adaptativa que hizo arrodillarse ante él a las mejores marcas del momento y al mismísimo Enzo Ferrari.
Como es costumbre no voy a destripar nada. Casamassima aborda en este libro el Tazio Nuvolari de siempre, de una manera lo suficientemente atractiva como para que me anime a recomendaros su visión personal del astro de Mantua. Son 294 páginas escritas en un italiano asequible incluso para inútiles como yo, que valen la pena de la primera a la última, siquiera para dejar volar la imaginación mientras acompañamos al chiquillo que idolatraba a su tío ciclista y acabó convirtiéndose en un nombre que recordamos todos: Nivola, il mantovano volante.
Os leo.
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