El automovilismo deportivo estaba dejando de ser un aliciente enfocado exclusivamente al turismo regional, comarcal o municipal. El cambio resultaba apenas perceptible en 1934, pero el Gobierno de Madrid, a la manera francesa, italiana y alemana, ya entendía que la competición era un fenómeno ligado a la posible modernización de los territorios y que, el automóvil, como fenómeno, podía ayudar tanto a fomentar los tejidos industrial y de servicios como a mejorar las infraestructuras viarias y su obra civil.
Cataluña estaba mejor preparada ante este cambio que el País Vasco, desde luego infinitamente más que el Ayuntamiento de San Sebastián, que, desatendiendo avisos y prioridades, continuaba enrocado en la cultura de los grandes festejos populares con vistas a seguir ordeñando los beneficios económicos de la temporada estival a base de toros, música y espectáculos menores.
El evento alcanzó un eco previo inusitado, al que ayudó la implicación de una prensa generalista que tomó partido por el Real Automóvil Club de Guipúzcoa y la continuidad de la cita, ante la cerrazón de la Corporación Municipal, que incluso tres semanas antes de la celebración continuaba poniendo palos en las ruedas de la carrera, nunca mejor dicho.
Finalmente las turbias aguas remansaron y el 23 de septiembre tuvo lugar, a decir de muchos, «La prueba de automovilismo más importante de 1934».
Ante más de 120.000 espectadores desplegados a lo largo y ancho del recorrido, con unas gradas en las que no cabía un alfiler, Tazio Nuvolari, Luigi Fagioli, Aquille Varzi, Louis Chiron, Marcel Lehoux, Hanst Stuck, Rudolf Caracciola, Jean Pierre Vimille, Hermann Leinigen, René Dreyfus, Antonio Brivio, Luigi Soffieti y Giancarlo Comotti, tomaron la salida desde sus posiciones en grid —la edición de 1933 fue la última tipo Indianápolis—, para recorrer las tradicionales 30 vueltas a Lasarte, completando así los 519'45 kilómetros programados.
La prueba fue durísima pero vertiginosa. Se rompieron varios récords, como el de velocidad al paso por recta de tribunas, que lo retuvo Hans Stuck rodando a 219'5 km/h sobre su Auto Union Type A.
Únicamente acabaron seis coches, y lo hicieron en un intervalo de tiempo de tan sólo 7 minutos, todos en el mismo giro, lo que puso de relieve la enorme velocidad de rodaje conseguida y que Lasarte precisaba de un importante remozo para encarar adecuadamente los nuevos vientos que traía consigo el automovilismo de competición. Vencía finalmente Luigi Fagioli sobre Mercedes-Benz W25 y con un tiempo total de 3 horas y 19 minutos. Rudolf Caracciola ocupaba la segunda posición con el mismo tipo de vehículo. Tazio Nuvolari salvaba la honra francesa terminando tercero al volante de un Bugatti T59.
El IX Gran Premio de España fue un completo éxito, lo que no pudo evitar el declive del circuito como sede de la carrera. El comportamiento del Ayuntamiento de San Sebastián había colmado el vaso de la paciencia de las autoridades estatales implicadas, que ya miraban hacia Barcelona y el excelente trabajo desempañado por Penya Rhin [La Penya Rhin] buscando una mejor alternativa.
Os leo.
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