Punky tales

La FIA está tan preocupada por mullir nuestras vidas, que a veces se le olvida avisarnos de que por nuestro bien, nos va a dar un susto.

Sucedió ayer. Todos preocupados por el devenir inmediato de la máxima categoría del automovilismo deportivo y tal; por lo de los tokens y tal y tal; por si llegaremos a ver los 1.000 caballos de potencia y las ruedas gordotas como nos han prometido y tal y tal y tal; y la egregia institución nos devolvía a la cruda realidad posando nuestro pies en algo tan vital para nuestro deporte como el diseño de los cascos de los pilotos.

Lo entiendo, vaya que lo entiendo. En Alemania, por ejemplo, los aficionados teutones dejaron de ver la Fórmula 1 el año pasado porque desde el silencio de las gradas vacías era imposible discernir quién coño iba en cada cacharro. Así, Adrian Sutil y Esteban Gutiérrez eran lo mismo varados en tierra de nadie mientras los comisarios iban y venían sobre la pista, jugándose la vida entre los monoplazas que zumbaban a su lado.

Y es que hay cosas serias y cosas totalmente serias al parecer, y sin duda la vitola que elige cada piloto para ceñirse la cabeza es lo más de todas.

Bien es verdad que me cansaba ver a Vettel cambiando de casco casi cada carrera, pero entre mi cansancio y mis preferencias y la obligación que se impone al alemán a partir de ahora, de elegir distintivo para toda la temporada, me sale la vena levantisca que me anima a desempolvar los sacos terreros y calzar la bayoneta en el viejo AK-47, para decirle al de Heppenheim: A mi lado Sebas, y ponte la visera de la gorra para atrás que vamos a disfrutar juntos cantándoles las cuarenta a esta caterva de anormales.

Que sí, que lo entiendo, pero en el fondo que no, también os lo digo. 

Hay esferas sagradas y la privacidad es una de ellas, y si los conductores deciden hacer de su capa un sayo con su casco, habrá que respetarlo aunque no nos guste. Y si hoy Kimi homenajea a James Hunt, tragas; y si hoy te pones de amarillo y mañana de rosa chicle porque a Jenson le apetece saludar a su padre Big John desde el interior del habitáculo de su McLaren, tragas y tragas y si no te mola, te jodes.

Por fortuna, la decoración de cascos va más rápida que la Fórmula 1. Aerógrafo, máscaras, vinilo de micras de espesor y barniz de poliuretano como recubrimiento, centellean en manos de los artistas ejecutores con más decibelios de los que son capaces de ofrecer las modernas unidades de potencia. Y si a Sebastian le apetece tocarme los pelendengues en cada prueba, pues es una cosa entre él y yo, digo, y de sus seguidores, por supuesto, pero no de la FIA. Que empiezas por normalizar todo esto y acabas por impedir que el año que viene, un suponer, el campeón del mundo decida pasar del número 1 para seguir llevando el distintivo con el que se siente más cómodo, tal y como hará esta temporada Lewis Hamilton vistiendo el 44 en el morro de su W06.

Y no es por nada pero lo dije hace un par de meses [El 1 de la suerte], cuando una cosita peluda todavía reclamaba cada noche y con auténtica personalidad, el trocito de pimiento que le sabía a hogar y a gloria.

Os leo.