Si no me fallan las cuentas, el de la foto de arriba es Lion André de Lourmel tomándose un descanso durante el rodaje de Le Mans, mítica película de carreras protagonizada por Steve McQueen que ha hecho más por la afición a este extraño deporte que toda su actividad junta durante años.
No me voy de baretas, me explico. El film de Lee H. Katzin se estrenó en 1971 y en aquella época, las carreras de coches se vivían desde dentro de los vehículos como afortunados protagonistas o desde fuera, como vulgares voyeurs.
Es cierto que para entonces habían existido numerosas experiencias de rodar desde el interior de los monoplazas de Fórmula 1 o de cualquier otro coche de competición, incluso unos años antes, se habían estrenado Grand Prix (1966) y Winning (1969), pero con Le Mans se abría el primer espacio ficticio en el cual, el espectador se convertía en protagonista al menos durante lo que duraba el metraje, porque a diferencia de las pinceladas esporádicas que se entresacaban de la realidad que acontecía en y alrededor de las carreras y se utilizaban posteriormente para salpimentar documentales o cubrir espacios minúsculos en los telediarios, o lo narrado en las película de los siempre grandes James Garner, Yves Montand, Paul Newman y Robert Wagner, en Le Mans, la prueba y los coches se convertían en un festín al que todos parecíamos estar invitados.
Resulta complicado explicar ahora que están tan en boga las visiones onboard y el recurso al GPS y los live timming, que hubo una etapa de nuestro deporte en el que los ausentes corríamos al lado de nuestros ídolos totalmente a ciegas, de manera vicaria, vamos, proyectando nuestros anhelos y esperanzas sin saber muy bien si acertábamos o no hasta que volvíamos a ver a nuestro piloto o coche preferido saliendo de una curva o entrando en el plano de retransmisión, pero era así, puedo jurarlo.
Le Mans, más que Grand Prix o Winning (titulada en español como 500 Millas), nos tradujo el contexto, nos ayudó a entender qué sentía y qué veía un piloto desde el interior de su habitáculo y nos explicó también cómo una toma en cámara lenta jamás puede describir lo duro que es un accidente o lo exigente que resulta una prueba que transcurre de mediodía a mediodía y que enciende sus luces para discernir cuán negro puede llegar a ser el asfalto de La Sarthe durante la noche.
Debo mucho a esta película protagonizada por Steve McQueen, tanto que a veces, visionando The Great Escape entiendo que es Michael Delaney quien huye en la moto...
En fin, no me distraigo. El milagro de las 24 Horas de Le Mans se reproduce año tras año y a la hora de publicar esta entrada se está dando la salida a la octagesimosegunda edición de la carrera más maravillosa del mundo.
Fernando Alonso ha dado el banderazo de inicio y todos los vehículos están dotados de infinitas maravillas tecnológicas que os facilitarán su seguimiento y que me permite deciros que si os lo perdéis, estaríais cometiendo un pecado mortal que ni por asomo imaginaría que cometeríais el tipo de la foto de entrada, Lion André, un fotógrafo que supo retratar como nadie un evento que en aquel entonces, necesitaba traductores en blanco y negro como él para ser entendido en todo su esplendor.
Os leo.
Fernando Alonso ha dado el banderazo de inicio y todos los vehículos están dotados de infinitas maravillas tecnológicas que os facilitarán su seguimiento y que me permite deciros que si os lo perdéis, estaríais cometiendo un pecado mortal que ni por asomo imaginaría que cometeríais el tipo de la foto de entrada, Lion André, un fotógrafo que supo retratar como nadie un evento que en aquel entonces, necesitaba traductores en blanco y negro como él para ser entendido en todo su esplendor.
Os leo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario