Wrath of the Titans

Hubo un tiempo en la F1 en que las cosas se rompían porque el piloto las llevaba al límite. Ahora, las que lo hacen, o son simplemente delicadas o salieron de fábrica con alguna tara.

Es curioso, pero hace unos años el espectáculo también estaba en ver hasta dónde aguantaba el cacharro en manos de un piloto que le exigía más y más en cada vuelta, forzándola hasta exprimirla más allá de sus bondades divinas o terrenas. Hoy, sin embargo, el asunto ha perdido su gracia porque se supone que aunque todo el mundo va a toda pastilla, los monoplazas aguantan lo que les echen salvo que medie un toque con un rival o un accidente. 

Pues bien, para salpimentar un espectáculo que ha dejado buena parte de sus estímulos vaya usted a saber en qué despachos por aquello de la economía, la cosa se ha reducido a buscar los adelantamientos como si fuesen el Viagra que necesita un deporte que ha olvidado que llegó a lo más alto gracias a que era la suma de muchas circunstancias electrizantes, y además diferentes. Ahí van unos cuantos:

La centralita ECU, un invento que iba a democratizar la parrilla para que afloraran los adelantamientos, pero que se demostró pronto que servía sólo para ejercer un punto más de censura supervisora por parte de una FIA juramentada en pos de su modelo único.

El KERS nos las prometía felices hasta que descubrimos que se utilizaba lo mismo para atacar que para defender, y que en la mayoría de casos se usaba a la vez por dos conductores distintos, uno para intentar rebasar al que iba delante, y éste, para impedir que le echara el guante el que llevaba a su cola. Tablas, que diría aquél.

Los alerones delanteros que cambiaban de alineación iban a servir para coger el rebujo, pero duraron lo que el agua en una cesta y acabaron sirviendo para mejorar el equilibrio de los vehículos. Hoy ni siquiera sé si están en uso (no, no lo están, era broma).

El aumento de capacidad de los depósitos de combustible, serviría, nos dijeron, para incorporar un elemento de incertidumbre en las pruebas y facilitar los cambios de posiciones, siquiera por cautela, toda vez que las diferentes formas de conducción según los trazados y las ansias de los pilotos afectarían inevitablemente al consumo, y por tanto, más de uno podría no llegar a la bandera a cuadros si se pasaba de fogoso. Bueno, esto estuvo bien hasta que descubrimos que los mapa/motor se habían inventado precisamente para impedir desastres de este tipo, amén de para soplar extraordinariamente si hacía falta.

También se nos vendió la moto de que la obligación de utilizar al menos dos tipos de compuestos diferentes por carrera, nos iba a producir sarpullidos de tanto adelantamiento como íbamos a disfrutar, pero el caso es que como se introdujo al mismo tiempo el uso del DRS, nos quedamos sin verlo —de este último mejor no digo nada porque ya he escrito suficiente, y siempre para mal, aviso—.

Total, que los adelantamientos actuales son bastante sosos, por previsibles y facilones salvo algunas excepciones, y porque a uno no le queda ni la sana duda de si quien ha arriesgado tanto acabará pagando o no la factura del esfuerzo al que ha sometido a su coche, porque entre las 18.000 rpm del motor y tanto cachivache que iba a servir para una cosa y sirve para otra, el deporte se ha vuelto flácido hasta decir basta y no hay Viagra que lo levante.

Sí, seguimos disfrutando como chiquillos, pero que no me venga nadie diciendo que es lo mismo, porque ni de coña. Mal que nos pese, los pechos de la F1 son ahora de silicona.