El peso de la imagen

A Michael Schumacher se le ve poco en publicidad, y buena parte de la culpa de tal ausencia la tiene que ya no da la imagen que trasladaba al público hace poco más de un año, que venía el alemán que parecía que se iba a comer el mundo con sus siete títulos bajo el brazo; que se insinuaba en su retorno como Arnold Schwarzenegger en una guardería; como Kiko Matamoros en Sálvame, abrumando a la Esteban y a todo lo que se le pone por delante; como Jimmy Jiménez Arnau con su ex familia política, nunca mejor dicho; o como la Nizar en Supervivientes. Total, que por un quítame allá esas pajas, el Kaiser comenzó a ser sustituido en los anuncios de Mercedes por un ingeniero y un diseñador que para colmo no eran británicos, o sí... Sinceramente no me acuerdo.

Fernando, sin embargo, sale mucho, y el caso es que salvo en el del FIAT Cinquecento, mejor haría en salir menos, porque los spots del Santander y Viceroy son sencillamente espantosos. Por fortuna, el de Oviedo no encaja en el perfil requerido para protagonizar uno de Shisheido...

El que sí que sabe lo que se juega en cada intervención publicitaria es Hamilton, que es verle en pantalla y sentir cómo se come la cámara. ¿Que el asunto va de apuestas? Pues te susurra one million of Euros y te entran ganas de perderlos aunque no los tengas. ¿Que va de telefonía móvil? Pues pronuncia «buuu» y te quedas de un aire...

Y es que Lewis sabe que en un mundo dominado por la imagen, hay que cuidarla al extremo o lo llevas crudo, y también que el escenario donde se cuida abarca más lejos del on board y la radio, ámbitos donde otros se desperdician de mala manera, como Sebastian, que siempre suelta los mismos grititos como si anduviera escaso de ideas, ajeno al poso que va dejando después de cada pole o cada victoria (¡anda que no nos quejábamos de Kimi y su careto, que lo mismo valía para un roto que para un descosido!), y que como no espabile —al alemán me sigo refiriendo—, seguro que dentro de nada comienza a formar parte del repertorio más castizo de José Mota.

Lewis, sí, Lewis. El británico, como nadie, sabe que un piloto de la actual F1 debe mimar cada detalle de todo lo que le rodea, incluso cuando hace bromas o le llaman al confesionario para que se desdiga, y que los anuncios forman parte del negocio, y que hay que dar la talla también en ellos, dejándose de pamplinas y enfatizando los aspectos que le hacen grande a uno y acojonan a los rivales.

¡Buuu, buuu, buuu! Entre que a Paul Di Resta le mueve los dineros y el tema profesional Don Anthony Hamilton, padre de la criatura, y éste le tiene dicho que a su Luisito no se le toca, y que el escocés seguro que ha visto más de una docena de veces el anuncio de Vodafone España, pues lo lógico, que ve al británico sobre la pista de Hungría intentando salir de un trompo, y se tira inmediatamente a la hierba por si las moscas, porque es lo normal en estos casos (Jaime, el nuestro, también insinuó algo parecido cuando respondió a la pregunta de qué haría si viera un Red Bull por los retrovisores).

La imagen de un piloto es importante, mucho. Tanto dentro como fuera de la competición, el aspecto global de estos tipos extraordinarios pesa lo suyo, llegando a jugar a su favor o en su contra. Y el caso es, que llegado a este punto me pregunto qué habría sucedido el domingo pasado sin en vez de Paul sobre el Force India, hubiera estado un tal Juancho Montoya al volante... ¡Tela marinera!