Fangio, el hijo entrañable de Balcarce, tenía 46 años de edad cuando se enfrentó a la reválida de su último título. Por fin había quedado atrás la etapa en Maranello y eligió para defender su corona la marca a la que había recurrido en los momentos difíciles: Maserati.
El 250F era un vehículo rápido aunque lleno de aristas, que necesitaba gigantes de suaves manos para ser manejado. Juan Manuel era sin duda uno de ellos. Ganó con él en Argentina, Mónaco y Francia, pero el inoportuno abandono en Gran Bretaña por desfallecimiento del motor le impidió sentenciar la temporada a comienzos del verano.
El G.P. de Alemania se disputaba a principios de agosto sobre el circuito de Nürburgring Nordschleife de casi 23 kilómetros de cuerda, sobre un recorrido tasado en 22 vueltas.
En los preliminares de la prueba, la víspera, los Ferrari de Hawthorn y Collins habían presentado sus credenciales para triunfar sobre el asfalto alemán, debido, sobre todo, a que se pronosticaba que podrían realizar la carrera al completo sin necesidad de repostar, cosa que no podría hacer el Chueco con su Maserati.
Tal y como estaba previsto, los británicos partieron como galgos en la largada superando al argentino, aunque Fangio les daba caza en apenas tres vueltas. A partir de ese instante Juan Manuel trató por todos los medios de abultar la distancia que le separaba de los Ferrari para compensar la pérdida de tiempo que le llevaría cambiar de ruedas y cargar combustible en el garaje. Entraba en la vuelta 11, saliendo tercero de nuevo.
En poco tiempo el 250F redujo la ventaja de sus oponentes, pero el Chueco había salido de caza. Controlando la distancia para no ser visto por los retrovisores de Collins, segundo en ese momento, mantuvo la serenidad esperando a que los Ferrari cayeran en la trampa de pensar que podían aflojar porque no había rivales en la pista. En cuanto hicieron lo esperado, Fangio comenzó su ataque marcando vuelta rápida tras vuelta rápida, como un demonio, rompiendo el cronómetro a cada paso por meta, descolocando a sus adversarios para llevarse una merecidísima victoria que ha pasado a los anales de la historia del automovilismo deportivo como una bonita muestra de inteligencia y táctica al volante.
En Pescara e Italia, Juan Manuel consiguió sendos segundos puestos que le valieron para certificar que seguía siendo el mejor, a pesar de que con la culminación de su cuarto título consecutivo, el quinto de su carrera, comenzó a sentir que había llegado el momento de decir adiós a la competición.
No obstante, en 1958, aunque ya se consideraba viejo para adaptarse a los modernos vehículos, disputó el G.P. de Buenos Aires y el G.P. de Francia, la que sería su última prueba, y en la que aún tuvo arreos para quedar 4º detrás de Hawthorn, Moss y Von Trips.
1958 también será el año marcado por su secuestro a manos de unos delincuentes en Cuba, pero esa es otra historia.
Juan Manuel Fangio, tras colgar los guantes, el casco, las gafas y la bombonera donde guardaba sus aperos, inició una larga actividad comercial dentro del ámbito del mundo del automóvil, sin abandonar el de la competición, del que fue siempre el mejor y más grande embajador de todos los tiempos, mientras las vitrinas de su casa se llenaban y llenaban de reconocimientos, títulos y medallas.
El viejo maestro de maestros, el tipo querido y respetado por sus valores dentro y fuera de la pista, el Chueco, el argentino universal, seguramente el mejor piloto de la historia, moría a la edad de 84 años en Buenos Aires, un 17 de julio de 1995. Sus restos reposan, ¡cómo no!, en Balcarce, el lugar donde siempre supo que estaban bien hundidas sus raíces.
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