Al parecer, el otro día, en Montmeló, cuatro cabestros insultaron de manera racista a Lewis Hamilton, originando una denuncia de Mclaren a la FIA, quien ha tomado cartas en el asunto de la única manera que sabe: amenazando a todo lo que se menea con desenfundar el Colt 45 que lleva al cinto. Hasta aquí lo serio, es un decir.
Lo chusco es que la prensa inglesa, dejando de lado su proverbial y fino sentido del humor (¿alguna vez lo ha tenido?), se ha dedicado, como de costumbre, a echar más leña al fuego, por si hubiera poca, de manera que bajo los titulares que delataban en negrita la tropelía realizada sobre su compatriota, aparecía una fotografía de unos aficionados que iban disfrazados de familia Hamilton. Siguiendo su estela, la española ha cargado como el séptimo de caballería contra el único flanco débil que tiene la afición automovilista de nuestro país (por ver si así acaba por parecerse a la otra, intuyo, a la de siempre, ya me entendéis, porque si no, no lo comprendo).
No voy a defender a los imbéciles que aprovechan cualquier oportunidad para demostrar cómo la testosterona colapsa el buen funcionamiento de sus neuronas, porque de todo tiene que haber en la viña del Señor, y sus actitudes y palabras se descalifican solas; pero sí me gustaría cargar las tintas sobre el papelón que ha hecho nuestra amada prensa deportiva, pues su anhelo justiciero y su necesidad de lavarse las manos mirando hacia otro lado, ha dado cobertura a la enésima cabronada que ha perpetrado la británica contra todo lo que huele a F1 de patente española: así, presentando en portada al grupo inocente de aficionados disfrazados (acabamos de enterrar a la sardina, ¡carajo!) ofrece una imagen cutre y desenfocada de un deporte que en nuestro país goza de magnífica salud y se está abriendo a todo el mundo por la calidad y seguridad de sus circuitos e instalaciones, por la categoría de sus pilotos, y por la cultura y educación de su público, y de paso evita inoportunas comparaciones, porque si la fotografía elegida hubiera sido la de los auténticos culpables, a lo peor la instantánea podría recordar a un grupo de hooligans durante un partido de la Premier League o la Champions, o por qué no, a una digna representación de los descerebrados que abundan en todos los estadios, incluso en los nuestros.
Y todo esto resulta chusco, muy chusco, porque nuestra prensa nacional tiene una buena cuota de culpa en el asunto, por lo que convendría que se lo pensara dos veces antes de tirar la piedra y esconder la mano.
Sí, hay que evitar estos tristes espectáculos, en eso estamos todos de acuerdo. Pero si en vez de resaltar idioteces a destajo, buscando el morbo o el encontronazo dialéctico como si de fútbol se tratara, los periodistas se preocuparan un poco de informar, a lo mejor nos encontrábamos con que la afición, además de crecer, adquiría algo de criterio, cosa que en un mundo tan complejo como éste siempre resulta beneficioso. Y si en sus blogs, en vez de dejar que campen a sus anchas los más vociferantes y agresivos, se fomentara en algo el diálogo y la mesura, a lo mejor se enriquecía el cotarro, con lo que todos saldríamos ganando.
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