Es viernes, de nuevo, y como tantos otros viernes da un poco por el
saco ponerse a escribir, porque los que no son timoneles acostumbran a
disfrutar de ese comienzo de fin de semana que promete lo que nunca
llegará a cumplir.
Pero hay quien te espera siquiera para echarse una sonrisa o una
lágrima antes de salir de cena, y el timón vibra a su eco entre las
manos, aunque sea quinto día de la semana cristiana y los ojos anden
reposando en la nuca esperando a que los párpados digan basta de una
puñetera vez.